Le comentaba hace poco a un colega de otras latitudes que en Galicia estábamos a punto de estrenar los modernos trenes Avril, que, además de poder circular por la vía de ancho ibérico —y así el Gobierno se ahorraba la pasta que se gastó en otras regiones, como Cataluña, para poner todo el trazado en ancho internacional—, son capaces de alcanzar una velocidad máxima de 330 km/h y cuentan con vagones con una distribución de asientos de 3+2 en cada fila. A lo que mi amigo me interrumpió y exclamó: «¡Pero si lo bueno del tren es que no hay pasajero del medio, te toca pasillo o ventanilla!».
Efectivamente, en Galicia vamos a tener un AVE con derecho a roce, ese gustirrinín que te produce ir en una plaza sándwich o bocadillo entre otros dos viajeros, con los que disputar en silencio un trozo del reposabrazos. Para sentarnos cómodamente habrá que comprar un billete de las denominadas «zona confort» o «executive», que obviamente costará más. O sea, lo que en otras regiones —por ejemplo, Cataluña— es lo normal, aquí es un privilegio que obliga a pasar por caja.
La alta velocidad Galicia-Madrid comienza a medio gas, con solo un tren diario desde A Coruña y Vigo. En el primer caso, con salida a las 19.50 y llegada a las 23.23 horas, no queda otro remedio que pernoctar en la capital de España. En el segundo, el horario es mucho más razonable, con partida a las 09.28 y destino a las 13.34: nos perderemos la reunión de trabajo, pero no la comida. Mucho tendrá que mejorar la oferta para que el AVE sea, como se pretende, una alternativa al avión.