Algún día se patentará el sentidiño gallego como una marca de identidad. Hemos pasado de la morriña a la templanza; de la melancolía de los escritores siempre quejumbrosos, a la alegría de nuestros músicos y artes; de la lluvia como único paisaje, al paisaje de los vinos y la gastronomía de vanguardia; de lo analógico, a lo digital; de pintar poco en el concierto mediático, a albergar al tercer periódico de España; de la economía de autoabastecimiento, a ser sede de una de las empresas más importantes del mundo. Galicia es un ejemplo. Y muchos de los gallegos también lo son. Por eso, mientras observamos sobreactuaciones de unos y otros, admiramos lo que percibimos como nuestro. El sentido común de Núñez Feijoo es el reflejo del sentidiño del que hablo. Puede que muchos piensen que el PP ha quedado en un territorio de nadie en la disputa, por decirlo de algún modo, entre los señores Milei y Sánchez. El presidente argentino ha proferido agravios contra Begoña Gómez, esposa de Sánchez, y Sánchez casi nos recuerda la frase, tal vez apócrifa, de Luis XIV de Francia: «L'État c'est moi» (el Estado soy yo). Sin embargo, ni Sánchez es el Estado ni su señora representa un papel institucional. El ministro Albares ha significado que se ataca la dignidad de España y nuestra soberanía nacional. Sinceramente, no lo veo así. Es más, no me siento más ofendido escuchando a Milei que presenciando, día tras día, la descortesía de nuestro ministro de Transportes. Eso sí que me ofende como ciudadano español. Porque es preciso estar a la altura de la institución que representas. Porque un ministro no puede ejercer de polemista (confieso que me contengo en la calificación). Porque uno se fatiga de que le tomen el pelo con sobreactuaciones, retiros de cinco días y lecciones de urbanidad cuando la urbanidad está siendo pisoteada constantemente.
Retirar a la embajadora de España en Argentina es una hipérbole. Un ditirambo excesivo. Y más excesivo me parece cuando España no retiró a su embajador en Rusia, por poner un ejemplo, cuando Putin agredió a Ucrania. Ni rompió con Colombia cuando Gustavo Petro habló del «yugo español esclavista». Es la campaña electoral que ya ha comenzado. Una más. Hace tiempo que pienso que algunos no dejan de jugar ese juego. Así, mientras el primer AVE gallego se detenía en su viaje inaugural, el ministro publicaba un vídeo insultando a sus adversarios. España no merece tanto oprobio. Por todo ello pienso que el ganador entre estos excesos es el sentidiño. El que aplica el gallego Núñez Feijoo en sus declaraciones en torno a la actualidad: Vox y Sánchez, Sánchez y Vox. La gente (¡ese sintagma!) quiere vivir mejor de lo que vive, que se solucionen sus problemas, que la política vuelva a ser útil y no una representación teatral constante. Sánchez necesita a Vox y Vox necesita a Sánchez. La gente necesita, simplemente, un poco de sentido común.