Mudar de piel

Cristina Sánchez Andrade

OPINIÓN

Istock

27 may 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Emerge de sí misma como un enorme insecto. Deja en la orilla el molde vacío de su vida anterior. Ya no encarnará más ese personaje. Cuando consiga desprenderse de ese envoltorio, caparazón o cartílago, ya no será la madre dadora y siempre dispuesta, comprensiva con las necesidades de los hijos y del marido, siempre sonriente (a pesar de que se desaten tormentas debajo de la piel). Ya no será discípula de María, madre en constante entrega, buena y pura: he aquí la esclava del Señor. Cuando se arranque ese viejo pellejo, estará a su vez no olvidándose de sí misma para entregarse, día tras día, a los quehaceres, y cocinar para toda la familia, o recoger los platos, poner lavadoras, barrer y planchar y planchar. Cuando se levante por la mañana y ya no esté en ese cuerpo —o en ese cuento— que habita desde hace siglos, ya no dedicará sus energías a tener contentos a todos los que tiene a su alrededor. Ya no.

Nos narramos a nosotros mismos, y esa narración organiza y da sentido a nuestras vidas. Está impresa en los recovecos de nuestro cerebro, probablemente como una técnica más de supervivencia. Pero más que crear cuentos, son los cuentos los que nos crean a nosotros. No nacemos siendo escarabajos, o insectos, o pájaros: nos hacemos. A veces ni siquiera somos conscientes de que hay modelos de comportamiento que nos dan órdenes desde las esquinas más recónditas de nuestra psique. Freud llamaba «superego» a ese lugar donde habitan los arquetipos que protagonizan nuestros relatos. Jung lo llamó inconsciente colectivo. El inconsciente es el baúl adonde van a parar los recuerdos que compartimos con el resto de la humanidad. Es un disco duro y está habitado de curiosos personajes-guía que definen nuestra conducta. La definen tanto que logran amordazar nuestras voces más auténticas y emocionales.

Esto es lo que nos contaron a muchas: una vez, una joven llamada María fue visitada por un ángel que le dijo que era la escogida por Dios para que su hijo viniera al mundo. Cuando el cristianismo, sobre todo en su vertiente católica, se impuso como fe y dogma en Occidente, María quedó atrapada en el cuento, o en la piel de la mujer, y pasó a ser paradigma de comportamiento y aspiración para muchas. Ahí empezó la historia de la madre abnegada.

Dice la novelista mexicana Lina Zerón: «Al mudar de piel vuelves a sentir / te izas como vela /En tus sábanas blancas / el mundo es tuyo otra vez».