Todavía resonaban los ecos de la titánica obra del ministro español que abrió Chequia al mar cuando dijo que ese país era el destino final de un barco mercante cargado de armas. De la geopolítica, que debe de ser la geografía que conocen los políticos, ese día pasamos, para relajarnos, al deporte. Y así nos enteramos de que Fernando Alonso había estado «fuerísima» de posición en la Q1, lo que los del gremio llaman quali, acortamiento de qualifying, la clasificación. Esta correspondía al Gran Premio de Mónaco.
Que fuerísima llamase la atención a algunos no fue porque esté mal o no existan adverbios superlativos, como muchísimo, lejísimos o prontísimo, aunque no son muchos los que se usan. En el caso del de marras, parecería que nada puede estar muy fuera, sino solo fuera o dentro, o totalmente fuera o solo parcialmente. Como al tener un pie dentro y otro fuera, como reza la locución que se aplica al indeciso.
Sin embargo, el usuario de las redes sociales y el consumidor de informaciones deportivas encontrará fuerísimas con cierta frecuencia. Cuando Marc Márquez dejó una escudería japonesa impactó un título que anunciaba que estaba «fuerísima de Honda». Y por una crónica sobre la reciente debacle del Atlético de Madrid en Dortmund supimos que el remate de un delantero había ido «fuerísima». Como el de aquel de quien dijo Juan García Hortelano que «lanzó fuera, pero fuerísima y por su grandísima culpa». Y a continuación recordaba las «derrotas pírricas» del Madrid.
Y si hay un fuerísima, también hay un dentrísimo, que asoma sobre todo en las redes sociales y en los pódcast, muchas veces en espacios de humoristas, escenarios adecuados para expresivas creaciones léxicas.
Menos admisible es la licencia que se tomó, también durante el fin de semana, un fino analista cuando confesó durante un momento crítico de una prueba deportiva que estaba «expectativo total». Es más probable que estuviese expectante, siguiendo la cosa con expectación y a la expectativa. Son las cosas de la televisión, donde no se permiten vacilaciones y hay que repentizar, sin tiempo para pensar cómo expresarse mejor. Que es lo que le pasó a una famosa metida a reportera que el lunes pasado mostró a las cámaras el paseo de la fama de Hollywood y, ojiplática ante una de las estrellas que hay en el suelo, exclamó: «¡Ah, Spielberg, el actor de Titanic!».