Los precios de los alimentos no volverán a ser como antes

María Jesús Fernández ECONOMISTA SÉNIOR DE FUNCAS

OPINIÓN

María Pedreda

09 jun 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Los productos alimenticios son el componente de la cesta de la compra que más se ha encarecido durante el proceso inflacionista de los últimos años. Ahora mismo sus precios son, en promedio, un 33 % superiores a los de 2019, aunque en algunos productos la subida ha sido mucho mayor —el aceite de oliva es un 170 % más caro—. A modo de comparación, los precios de los combustibles son ahora un 30 % más elevados que hace cuatro años, la electricidad un 7 % y el gas un 2 %. En estos tres casos, los precios cayeron en el 2023 después de los fortísimos incrementos sufridos tras la invasión de Ucrania. Mientras, los bienes industriales son un 11 % más caros y los servicios un 12 %.

Los precios de los productos alimenticios sufrieron el impacto derivado de la guerra de Ucrania por varias vías: el encarecimiento de los combustibles elevó directamente los costes de producción, ya que los productos energéticos tienen un peso muy elevado en la estructura de costes de los sectores agrícola y pesquero; asimismo, el aumento del precio del gas impactó intensamente sobre el precio de los fertilizantes, que requieren dicha materia prima energética en su proceso productivo, y, finalmente, la interrupción de los suministros procedentes de Ucrania elevó el precio de los piensos y otras materias primas agrícolas.

Otro factor que ha impactado en los precios agrícolas ha sido el clima. El ejemplo más conocido es el aceite de oliva, cuya producción en la cosecha 2022/23 cayó a la mitad con respecto a las cifras habituales. En otras regiones del planeta se han producido situaciones semejantes que han afectado a los precios de diversos productos, como, recientemente, el caso del cacao.

La caída de los precios energéticos, de los fertilizantes y de otros inputs agrícolas experimentada en 2023 no se ha reflejado en una bajada de los precios de los alimentos. Hay que tener en cuenta dos cosas: primero, pese a su bajada, dichos productos siguen siendo más caros que en 2019 —en el caso de los fertilizantes, aún son un 60 % más caros—, y segundo, que los incrementos de costes se trasladan con retardo a los precios finales al consumo. Las subidas de precios finales al consumo que registraron los alimentos en el momento inicial de la crisis energética no repercutían en su totalidad los aumentos de costes, de modo que la bajada posterior tampoco les ha afectado.

Otro factor que ha impulsado los costes de producción en el sector primario han sido los salarios, especialmente la subida del salario mínimo, que ha afectado a este sector en mayor medida que a otros. Así, el jornal medio agrario ha crecido un 20 % desde el 2018 —es decir, desde antes de la subida del salario mínimo del 22% que se aplicó en 2019.

Es posible que todo el proceso de transmisión de costes hacia los precios finales al consumo aún no haya terminado incluso aunque muchos de esos costes ya estén descendiendo. De hecho, el índice de precios industriales de la industria de la alimentación —que mide los precios a salida de fábrica a lo largo del proceso productivo del sector— solo muy recientemente han comenzado a ofrecer señales de estabilización —no de descenso—.

En cualquier caso, tenemos que olvidarnos de que los precios de los alimentos vayan a volver en algún momento a los niveles previos al proceso inflacionista —de forma generalizada—, incluso, aunque los precios energéticos y del resto de insumos retornaran a los niveles anteriores, y aunque desaparecieran los efectos, en principio transitorios, del clima. Esto es porque los incrementos salariales impulsados por la propia inflación se han generalizado en toda la economía, de modo que los costes laborales se van a mantener en un nivel más elevado de forma permanente, tanto en el sector primario como en la industria agroalimentaria o en la distribución. La inflación también habrá impulsado de forma permanente los márgenes empresariales, en diversa medida según las condiciones del mercado en cada sector. Bajo estas condiciones, solo un incremento de la productividad haría posible bajar los precios (esto, en realidad, es aplicable a todos los bienes y servicios de la economía).

Pero a esto se añaden otros factores. Para empezar, es probable que de ahora en adelante los efectos negativos del clima sean mucho más frecuentes y extendidos que en el pasado. Finalmente, hay otro elemento muy relevante que en el futuro va a tener un impacto alcista sobre los costes agrícolas y ganaderos en toda Europa, y, por tanto, sobre los precios de los alimentos: las regulaciones medioambientales (sin que esto suponga una valoración sobre su idoneidad).

En definitiva, una vez finalice la etapa inflacionista actual, nos encontraremos en un mundo donde los alimentos serán más caros, tanto en relación a las rentas medias de los hogares, como en comparación con los precios del resto de bienes y servicios de la cesta de consumo.