Ya todo es melancolía. O era, porque por fin la carta vuelve a estar de moda. El género epistolar no es menor, ni mucho menos. Estos días recordamos, por mor del centenario de su fallecimiento, al maestro Franz Kafka. Y cómo no memorar sus cartas. La más famosa, publicada como la mayor parte de su obra después de su óbito, la redactó para su padre. Dicen que escribió más de mil quinientas epístolas a lo largo de su breve vida, aunque afirmaba detestar este género: «Hacía mucho que no le escribía, Frau Milena, y hoy mismo solo le escribo por casualidad. No hay necesidad de que me disculpe por mi silencio, usted sabe cómo odio las cartas. Toda la desdicha de mi vida proviene, si se quiere, de las cartas o de la posibilidad de escribirlas». El párrafo forma parte de una de las misivas que Kafka escribió para Milena Jesenská, una periodista liberal checa, admiradora de la obra del maestro. Eran cartas desencantadas. En muchas de ellas le decía que quería ver destruida toda su obra. Milena recogía toda la desesperación de Kafka. La desesperación que lo llevaba a escribir cartas y cartas. Antes, durante cinco años, mantuvo correspondencia con Felice Bauer. Ella vendió toda su correspondencia en 1955: un gesto de amor, sin duda. Pero no nos anclemos en Kafka. Desde la Epístola moral a Fabio, cuyo autor probablemente es el capitán Fernández de Andrada, la modernidad está repleta de cartas. El siglo XVII, el de Andrada, colecciona epístolas. Pocas con la grandeza ontológica que se dedicó a Fabio: era una reflexión sobre lo efímero de la vida y la delicada condición del ser humano. Horacio o Séneca, y otros muchos, fueron sus antecedentes. Es una carta, en forma de poema, francamente colosal. Me permito destacar uno de sus múltiples interrogantes retóricos: «¿Es, por ventura, menos poderosa que el vicio la verdad?». Hoy hasta suena exigua la pregunta. A la verdad nadie, en el coso político, le hace caso. Parece no importar. Ya solo nos quedan las verdades de la física o la matemática. Quizá, ni eso. Todo es tan relativo que la duda es nuestra única certeza.
No me demoro más en los inicios modernos. Vayamos a nuestra María Casares y su amado Albert Camus. Sus cartas, que recomiendo vehementemente, son una lección de amor y vida. También las cartas de Pardo Bazán y Benito Pérez Galdós, aunque varias vaguen perdidas en algún lugar ignoto. Entre carta y carta ella edificó Los pazos de Ulloa y él Fortunata y Jacinta. Rosalía con Murguía. Otero Pedrayo con el galleguismo más culto. Cela con tantos. Flaubert con Baudelaire: se admiraban y poco más. Las cartas son sustento de la civilización. Pero todo era pasado: la melancolía. Por ello debo valorar, sinceramente, el esfuerzo del presidente por devolver a la epístola su verdadera dimensión. Si la causa judicial de la señora Gómez se alarga (como ha sucedido tantas veces) gozaremos de un volumen magnífico. Solamente cabe mi agradecimiento.