
Los más recientes datos ofrecidos por la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual indican un futuro lúgubre para nosotros, los europeos: más de dos tercios de las solicitudes de patentes internacionales proceden ya de Asia. En la última década, la cuota europea bajó del 15 % a poco más del 10 %. Los líderes globales son ya China, EE.UU. y Japón, por este orden, aunque el país científicamente más eficiente es Corea del Sur, considerando su población y su PIB.
¿Queremos sostener los europeos nuestro modo de vida? ¿Cómo? No hay otra opción que mejorando nuestra eficiencia científica y técnica, aplicándola de inmediato a la industria y a los nuevos servicios de alto valor añadido. China ingresó en la Organización Mundial del Comercio en 2001. En 2005 adelantó en patentes a Europa. Nuestra Unión ya es irrelevante en hardware y software, estando a la defensiva en muchas ramas industriales maduras, desde la construcción naval hasta la fabricación de automóviles. Solo sobresalimos en turismo, como el Caribe.
En nuestro diminuto solar nació y creció el método científico, así como el modelo de patentes para incentivar el ingenio con una justa recompensa económica. Alan Turing está considerado el padre de la informática desde sus avances para decodificar los mensajes cifrados nazis con su máquina Enigma. Sin embargo, por el fraccionamiento europeo, esa nueva industria informática nunca cuajó aquí.
China ha llegado a la cara oculta de la Luna, ha lanzado el primer cohete privado de exploración espacial desde un barco y está preparando el primer portacontenedores de propulsión nuclear. Es la segunda potencia en superordenadores, tras EE.UU., lo que resulta fundamental para mejorar la eficiencia investigadora. La UE solo aloja unos cuantos superordenadores, y eso importando componentes foráneos.
Mejorar nuestra economía resulta indispensable para preservar e intentar ampliar las prestaciones de nuestros ancianos, enfermos crónicos y ciudadanos con diversidad funcional, lo que parece improbable sin antes mejorar nuestra ciencia en los ámbitos donde somos más débiles y peores. ¿Cómo hacerlo? Desde luego, integrando los recursos científicos a escala europea e internacionalizándonos, aprendiendo de quienes ya van por delante. No hay otra.
Quien de verdad apueste por nuestro modelo social debe comprometerse de veras con esta integración europea. Los enemigos de dicha estrategia son quienes viven mentalmente en el siglo XIX, no en el XXI, los que quieren desintegrar antes que integrar, desunir antes que unir, y que prometen repartir una tarta que ya no crece, sino que decrece.