Hace años, estando en un país emergente, pregunté a un conocido local si le preocupaba el nuevo gobierno que acababan de elegir en las urnas la semana anterior. Supuse que respondería que sí que le preocupaba mucho, pero respondió «No, este país ya es más grande que el gobierno». Quise entender que se refería a que la sociedad civil y las instituciones gozaban de más vigor que las redes clientelares que solían trenzar los políticos para asegurarse el control de los votos, primero, y del Estado después. El tiempo demostró que no se equivocaba y, al final del mandato, el gobierno cambió de color.
Esta semana recordé muchas veces aquella conversación y repetí como un mantra lo de que este país es más grande que el Gobierno y no dejaría destruir desde el ejecutivo dos pilares de la democracia: la división de poderes, en este caso, la autonomía del judicial, y la libertad de prensa. Sin uno de ellos ya se caería todo el edificio democrático. Sin los dos quedarían solo escombros, ruinas. Me extrañaría mucho que este país, que debería estar vacunado contra las dictaduras, permitiera semejante desolación. Sin jueces y sin prensa libre, seríamos pasto fácil para los corruptos y los arbitrarios. Habrá quien sostenga que ambos se han adueñado hace tiempo de nuestro paisaje político. Imaginen el panorama sin jueces ni medios libres. Con ellos, por muy imperfectos que parezcan, tenemos la posibilidad de defendernos ante lo injusto y lo falso. Sin ellos ni siquiera queda la posibilidad, solo el sometimiento.
Han pasado pocos días y la intensidad con la que Sánchez formuló la amenaza ya ha disminuido. Tranquilos. Este país también es más grande que cualquier gobierno.