Javier Milei está a un paso de pedir la nacionalidad. El presidente argentino le ha cogido el gusto a venir a España a liarla parda, a alborotarnos las redes sociales y a darles munición a los tertulianos. Es como un vecino gorrón. Primero te descalifica. Luego se autoinvita y hace lo posible para quedarse a cenar, bañarse a la piscina y saquear el minibar. Sin hacer jamás ademán de sacar la cartera para pagar una ronda o pedir unas pizzas.
A este personaje lo ha puesto en su sitio el primer ministro alemán, el socialdemócrata Olaf Scholz. Por boca de su portavoz, le ha afeado sus insultos a un líder europeo como Pedro Sánchez. En consecuencia, el ultra ha cancelado parte de su agenda en Berlín. No le salía gratis la fiesta, como en Madrid. A pesar de sus exabruptos y de la crisis diplomática, España le da tratamiento de jefe de Estado. Y aquí lo cortejan actores políticos relevantes patrios. Muy populistas y muy de derechas: Abascal, Alvise y Ayuso.
Ella, verso suelto en el PP, le va a dar una medalla a Milei. Porque ella lo vale, y para marcar territorio. Entre apoyar al gobernante de su país o a uno extranjero, elige al foráneo. Curiosamente, la lideresa de Madrid DF justificó su decisión ante el diario argentino Clarín defendiendo la pluralidad y la complejidad de España: «Tenemos un país fuertemente descentralizado, no todos vemos las cosas de la misma manera». Olvida que las comunidades deben respetar la política exterior del Gobierno central. El procés madrileño avanza a velocidad de crucero.