Sería mucho afirmar que todos los ojos del mundo estuvieron pegados a las pantallas para presenciar los fastos organizados por Corea del Norte para agasajar a su segundo aliado más importante. Sin embargo, no exageraríamos la preocupación de los gabinetes de EE.UU. y la mayoría de los países democráticos por lo que la visita de Vladimir Putin a su «amigo» Kim Jong-un significa. Este viaje de Putin, tras más de dos décadas sin pisar suelo norcoreano, no solo es una demostración de que los parias de la comunidad internacional no están tan solos, sino que además están dispuestos a colaborar para eludir, en la medida de lo posible, los afectos adversos de las sanciones internacionales. Tampoco es coincidencia que haya tenido lugar poco después de la reunión del G7 y la Conferencia de Paz organizada por Ucrania.
Sin embargo, más allá de la firma del acuerdo de defensa mutua y la colaboración armamentística, no es ningún secreto que la relación entre ambos países es como un baile en la cuerda floja. Rusia necesita las armas que Pyonyang fabrica y Corea del Norte necesita de todo, desde combustible hasta alimentos, pero Moscú no se fía, y con razón, dadas las desmedidas ambiciones nucleares de Kim Jong-un, por lo que es de prever que los negocios serán en cierta medida limitados. Además, Rusia no desea estrechar demasiado una relación que podría irritar a China, país que no se muestra especialmente inclinado a ser indulgente con Pyonyang.
No sabemos qué pasa por la mente de Kim Jong-un, si es que realmente hay algo más que su propia megalomanía y obsesión por mantenerse en el poder, ya que, pese a que los norcoreanos se mueren literalmente de hambre, no ha escatimado en gastos para festejar a Putin. Y, aunque la exhibición ha sido colorida, no ha podido ocultar el rostro serio y controlado de los ciudadanos, muy delgados todos, mientras agitaban sus banderitas al paso de la comitiva oficial. ¿Y qué decir de la tensión y el miedo reflejado en los nerviosos e inseguros movimientos del traductor de Kim Jong-un, quien, consciente de que quizá se estaba jugando la vida, intentaba hacer su trabajo sin molestar al ¿único norcoreano gordo?