Del relato y la narrativa

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

Eduardo Parra | EUROPAPRESS

22 jun 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Se colaron de rondón en el lenguaje político dos términos, dos conceptos de aplicación confusa que podemos llamar invasores, como los cangrejos de río americanos que desalojaron a nuestros cangrejos autóctonos, expulsándolos de los cauces hispanos hasta su casi extinción.

Las voces relato y narrativa se utilizan de un tiempo a esta parte de manera inexacta e imprecisa, desvirtuando su significado original, que en el primero de los casos está referido al conocimiento detallado de un hecho, o, en su segunda acepción, es únicamente un cuento, según dictamina la RAE. La narrativa es un genero literario que engloba novelas y cuentos y narra una historia.

A los dirigentes políticos patrios se les llena la boca vendiendo humo al colocar en sus discursos los citados términos. La perversión del lenguaje, que tan bien analizó el sociólogo Amando de Miguel en los años ochenta, no es nada infrecuente en la estructura discursiva de nuestros políticos, aficionados asimismo a traducir del inglés expresiones ajenas a nuestra oratoria.

Conceptos y frases se ponen de moda y hacen fortuna entre la opinión pública, y ya no son ajenas en las oraciones coloquiales y/o en las tertulias radiofónicas y televisivas.

Los llamados politólogos, especialistas de think tanks, y divulgadores de análisis y múltiples obviedades, han sido los primeros difusores de los equívocos conceptos, que harían las delicias de Umberto Eco si hubiera realizado una lectura semiológica en su Estructura ausente.

Soy un trabajador de viejo que me he movido entre el relato y la narrativa haciendo oficio de ambos, «embelleciendo la vida con recursos poéticos» y dejando un legado en mis libros editados.

Relato viene del latín relatus, de re, que quiere decir hacia atrás, de eventos ocurridos en el pasado para contar una anécdota; mientras que la narrativa cuenta una o varias historias.

Al césar lo que es del césar y pongamos las palabras en el lugar que les corresponde. Denunciemos la obstinada escuela española del falabaratismo, que reúne en su seno a más falabaratos de los deseables, vendedores de elixires milagrosos, de crecepelos mágicos y de gafas para ver otros mundos, que continúan pervirtiendo el lenguaje sin distinguir la paja del heno, y confundiendo permanentemente los gozos con las sombras. Este ha sido cabalmente mi relato, pospongo intencionadamente la narrativa, que dejo para otra campaña electoral, para otro telediario.