De los periodistas se dice que parte de nuestros males se explican porque todos los días hay que llenar muchas páginas. Tenemos malas noticias para quien espere una defensa numantina al respecto: el tópico es rigurosamente cierto. Y a mucha honra. Otro secreto: muchas crónicas se piensan, se adelantan, casi se escriben antes de que todo ocurra. Y esto es lo que explica que, cuando aún no han acabado los aficionados de un equipo de fútbol de abrazarse o de enjugar sus lágrimas, ya está en sus teléfonos, al tiempo que camino de la rotativa, la crónica del partido, el no hay enemigo pequeño... El fútbol lo contagia todo. El lenguaje, los malos modos, la polarización, el odio atávico. Y también la forma de hacer periodismo.
No se lo tomen como un ejercicio conspirativo, pero las crónicas del debate Trump-Biden estaban escritas antes de empezar. Quién sabe si antes de que alguien decidiera que junio era un buen momento para empezar la campaña de todos los tiempos. La madre de todas las batallas en este mundo al revés. Tal parece que había periodistas esperando a cortar clips de vídeo con los grandes gazapos del presidente, las bravuconadas del expresidente convicto, los malos modos de ambos. Que en todos los casos no fueron para tanto. Tal parece que había políticos, sobre todo demócratas, con el teléfono cargando para susurrar al oído de los grandes politólogos que esto no puede acabar así, que algo hay que hacer. Y que, en este mundo distópico, aún hay tiempo para bajar al jinete del caballo en plena carrera. Suena a teoría de la conspiración, pero ya saben: si parece un pato, nada como un pato, camina como un pato y grazna como un pato, lo más probable es que sea un pato.