Con diez me sabía las provincias

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

03 jul 2024 . Actualizado a las 11:39 h.

Entre los apocalipsis que nos rodean, el de la educación mala nos acompaña desde que los chavales dejaron de aprender la lista de los reyes godos. Por la calle escuché ayer el lamento de una mujer que paseaba con otra su desdén generacional: «Con diez años yo ya me sabía todas las provincias». La reivindicación competía con el hecho cierto de que muchos rapaces de la ESO ubicarán Guadalajara por Jaén, aunque convendría trasladar el reto a todos los madurotes que presumen de currículo intelectual, no vaya a ser. Escuchándolos, parece que en todas las escuelas anteriores a esta la instrucción era clavada a la de Saunalahti, un maravilloso colegio finlandés considerado por la dichosa PISA el mejor del mundo. Al parecer, antes de que se regalaran títulos, se aprobaran asignaturas a discreción, se penalizara la cultura del esfuerzo, se implantara este cachondeo general del que salen zopencos ágrafos que no saben quién era Sisebuto, este sindiós en el que nada se respeta y poco se enseña, las escuelas eran centros de sabiduría, ilustración y cultura de los que salían ángeles del entendimiento con las mejores herramientas para empuñar el machete en la selva social.

Pero si gracias a un pliegue temporal de una película de Nolan nos colásemos en un aula de los 80, o mejor de los 50, cuyos ocupantes, hoy vellos, se hacen cruces, comprobaríamos que aquella educación que la nostalgia ha embadurnado de merengue era minoritaria, clasista, violenta, manipulada por la dictadura, implacable con los diferentes y sin ninguna vocación integradora. Eso sí, en aquellas aulas en las que se ataba a los niños zurdos y se azotaban las uñas de los díscolos todos sabían por dónde andaba Guadalajara.