La prensa y la libertad

Xose Carlos Caneiro
Xosé Carlos Caneiro EL EQUILIBRISTA

OPINIÓN

Alberto Estévez | EFE

09 jul 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Se atribuye erróneamente a François-Marie Arouet, el sabio Voltaire, una frase que con el tiempo se convirtió en aforismo repetido: «No estoy de acuerdo con lo que dice, pero defenderé con mi vida su derecho a decirlo». Voltaire nunca escribió tal sentencia. Fue Evelyn Beatrice Hall (que firmaba con el seudónimo S.G. Tallentyre) en 1906. La leemos en el libro The friends of Voltaire. Ahí aparece Voltaire defendiendo a Claude-Adrien Helvétius, o Helvecio, cuyo ensayo De l’Esprit fue condenado en Francia por heterodoxo. Censurado, como otros de sus volúmenes. Voltaire no estaba de acuerdo intelectualmente con Helvecio, sin embargo exaltaba su independencia para que publicase lo que juzgase conveniente. Porque Voltaire creía en el libre albedrío. Y por ello denominaba como «el infame» a todo aquel que pretendía cercenar la libertad de prensa. El infame, nada más y nada menos. Podría profundizar en las razones que llevaban a Voltaire a no coincidir con Helvecio. No es mester. Porque la intención de este artículo consiste en enfatizar el valor de la prensa, de la libertad de prensa, de la opinión libre y no condicionada desde el poder. ¿Por qué lo redacto? Porque la libertad de prensa vive malos tiempos. Los peores que yo recuerdo en democracia.

El profesor Roberto Blanco Valdés cita a menudo una sentencia de Thomas Jefferson: «Si tuviera que elegir entre un gobierno sin periódicos o periódicos sin un gobierno, no vacilaría ni un instante en preferir lo segundo». El editor de La Voz de Galicia, Santiago Rey Fernández-Latorre, publicó el pasado 20 de junio un artículo editorial pleno de coraje, sentido común y arrojo: «En La Voz decimos no». El texto era una defensa a ultranza de «lo necesaria que es la prensa libre para denunciar sin ambages las líneas rojas que se han venido cruzando en el mal ejercicio de la política». Su publicación respondía de modo contundente a la querencia del Gobierno por controlar los medios de comunicación. En la hemeroteca puede usted consultar las ocasiones que el presidente del Gobierno se ha referido a la «regulación» de la prensa. Desde las subvenciones públicas a la redacción de futuras leyes que pretendan controlar a los editores, periodistas, columnistas y, en general, medios de comunicación. La mejor ley de prensa, digo yo, es ninguna ley de prensa: que no exista.

La prensa, si es libre, sirve al interés ciudadano; si no, al interés particular de aquellos que no consienten la libertad. Incluso es necesaria la mala prensa, digo yo, porque de este modo el lector aprecia y distingue a los grandes medios —que tienen en la verdad y la crítica al poder su norte— y los lisonjeros con el gobierno de turno. Entre el bulo, o el fango (ese «leitmotiv progresista»), y la veracidad. El actual ejecutivo pretende cercenar las voces críticas. O eso parece. Se equivoca. Y sin la libre prensa, esa que denuncia «las líneas rojas cruzadas», no existirá nuestra democracia.