Tonalidades de la adolescencia

Cristina Gufé
Cristina Gufé VENTANA ABIERTA

OPINIÓN

ANGEL MANSO

09 jul 2024 . Actualizado a las 05:01 h.

No es común establecer relación entre las etapas de la vida y el color; este lo consideramos propio de los objetos, de la naturaleza, del arte…, no así de la niñez, de la madurez, etcétera. Sin embargo, si pensamos en lo que hace que un relato, una película o una serie en los que se tratan la adolescencia, refleje lo específico de esa edad, podemos darnos cuenta de que lo que resulta común es un grado de tonalidad, un color característico.

Algunos cineastas han intentado plasmar esa cualidad intrínseca de las relaciones humanas hechas a la medida de la nostalgia, cuando lo indescriptible en el lenguaje coloquial le toma relevo a las palabras y desea mostrarse descalzo, sin los zapatos del confort, sin las leyes de lo conocido. Recordamos a Elia Kazan en Esplendor en la hierba, la novela Retorno a Brideshead, a Peter Bogdanovich en La última película —quien con los mismos actores filma Texasville años más tarde—, o la serie Gente normal. Algunos cineastas lo consiguen, también otros artistas antes de sucumbir a la plasmación de lo que parecía imposible. Después olvidamos; es difícil admitir que lo que había sido una tarde excepcional está determinado por los tonos, la piel, el vestido; por eso el verano es la estación propicia de los adolescentes, cuando los días son largos, el sol ofrece matices de intensidad, las playas son capaces de acoger cientos de luces que se podrían trasladar a los salones de baile, así las emociones y los tanteos se guardarán después para el recuerdo en otoño, en cada acto de escudriñar el milagro de lo ocurrido.

Se vuelve posible el amor, el enamoramiento simultáneo, sin la contaminación de los intereses sociales y otros inconvenientes, antes de que se nuble nuestra capacidad de cosmovisión para la posibilidad en conjunto. Tal vez por ello los lazos sentimentales son tan estrechos cuando se contraen a esas edades, y a la vez plurales. El amor adolescente es el que le da tono al amor —como lo hace el piano antes de que comience el coro- en cualquier otra etapa de la vida, y esas primeras relaciones van a marcar a los protagonistas. La chica se verá muy bella si el chico la encuentra cuarenta años después; podrán recordar quiénes son. Él va a comprender que nada fue parecido; habría podido llorar, y el calco de sangre tan invisible como el olvido que se instalaba a su pesar en su interior, no era más que color, matices en los tonos, en la forma de reír o moverse, tonalidades.

Uno y otro se van a redescubrir idénticos a sí mismos, sin apenas cambios, por no haber perdido la capacidad de rememorar la multiplicidad de juegos, la intensidad y la luz.