En el juego político, en el mundo empresarial, o el económico y social, cada uno cuenta de la feria según pretende que los demás crean que le fue. La reputación —individual o colectiva— se asienta como principio de estrategias y tácticas.
Un caso reciente. Renfe ha anunciado que retiraba su patrocinio a un espectáculo musical, Malinche, al ser su promotor y director, Nacho Cano, investigado policialmente por el empleo en dicho espectáculo de migrantes sin papeles.
En política, Manos Limpias, exonerada por el Tribunal Supremo de su condena, presenta una denuncia que sirve a la estrategia popular para acusar a Begoña Gómez de corrupción y tráfico de influencias. Aun cuando la policía judicial, la UCO de la Guardia Civil, no encuentre causa. O las estrategias emprendidas contra el fiscal general para salvaguardar la reputación de Díaz Ayuso por las actuaciones de su pareja y los bulos de su jefe de gabinete. O el descrédito al Tribunal Constitucional, como si en él no estuvieran, precisamente por pacto, personalidades tan populares como las socialistas de las que se hace uso.
En la Galicia del mar es complejo pronunciarse frente a la verdad oficial o corporativa, que lleva treinta años cambiando análisis y origen de lo que sucede en su mar, mientras se envasa ya mejillón con el legítimo Mejillón de Chile en portada, o la almeja deja de ser gallega, ni incluso italiana o portuguesa, tan nuestras. Y un calamar se identifica como patagónico y la falsa zamburiña se reconoce al fin como ostión del Pacífico, mientras los crustáceos del gusto de don Álvaro llegan del mar de Irlanda, vivos o congelados. Todo al amparo comercial de una reputación consolidada del mar de Galicia, tan menguante. Con casos como una planta de conservas de sardina instalada en territorio saharaui, ya Marruecos, abandonada por los costes de reputación que algunos de sus clientes españoles temían. Si bien, y dejando el mar, el caso en alza hoy es el de Greenfiber y su objetivo de instalarse en Palas de Rei. Sometida a un denso debate en torno a su sostenibilidad, localización, tecnologías, concurrencias con otras empresas competidoras, o su viabilidad tecnológica y ambiental, que llevaron a hipotéticos participantes iniciales a retirarse para no sufrir el coste de reputación asociado en Galicia al mundo de Celulosas.
Cuídense y tiéntense quienes sostengan opiniones ante todo ello, a favor o en contra, más aquilatadas, técnica, territorial o industrialmente, o a aportar nuevos enfoques en estos y otros debates, porque es fácil que de parte a parte se menoscabe su reputación. Con argumentos que poco o nada tienen que ver con la calidad de la opinión, la realidad evidenciada o la alternativa sostenida. Podrán entonces acudir a Georges Brassens, La Mala Reputación, traída por Paco Ibáñez al final de los sesenta, y por Loquillo en los ochenta. Ayer la encontré en la biblioteca Juan Compañel, iniciando el libro Escuela de Mujeres de Inma López Silva.