Los gibraltareños están muy ofendidos porque los futbolistas de la selección griten Gibraltar español, lo cual, la verdad, es bastante gracioso. Yo entiendo que les chirríe si son los portugueses o los italianos los que gritan, que les desconcierte por la falta de costumbre. Pero lo nuestro es casi como un himno, es como el Rule Britannia o el Ondiñas veñen. Y sin embargo se lo toman como un insulto. Y lo más grave es que la Federación del gremio también lo entiende así y van a abrir una investigación. No sé si solo por eso o también por lo de «yo soy español». Ya veremos, pero en la Academia Española andan impacientes por incluir la nueva acepción del gentilicio: insulto. Sin embargo, si Gibraltar fuera español, ellos serían campeones de Europa, pero nosotros apenas ganaríamos nada. Unos monos y al modista Galiano. Yo no tengo mayor interés, la verdad, ni por el uno ni por los otros. Si acaso por el personaje de Molly Bloom del Ulises de Joyce, que por cierto le pone los cuernos al marido, en un final digamos que un tanto morboso. Gibraltar, bien mirado, es como esas reservas de indios americanos donde solo hay casino y alcohol libre de impuestos. Debe ser muy frustrante ser británico de segunda, y estar todo el rato poniéndose de puntillas para que el resto del mundo sepa que sigues allí. Pero, en fin, yo esto de la territorialidad lo tengo curado desde que mi amigo Juanjo, en los años de la geometría descriptiva, pintaba en las puertas de los retretes: Viva Villagarcía independiente.