Preocupación, nerviosismo, intranquilidad constante. Son síntomas de la ansiedad, una respuesta evolutiva con la que el ser humano responde al peligro o a lo que considera un peligro. En el primero de los casos, cuando hay algo real que supone un riesgo, estaríamos hablando de «ansiedad buena». Si ese riesgo fuese figurado o exagerado en la mente, nos encontraríamos ante la «ansiedad mala».
La raíz de este último trastorno, el más generalizado en cuanto a salud mental, tiene que ver en mayor medida (aunque puede tener también un componente genético) con una gestión inadecuada de nuestras emociones, tal como venimos constando en nuestras consultas. Se puede manifestar de diversas maneras y la que ahora nos ocupa, la ansiedad por la comida, está vinculada a un estilo de aprendizaje asociado a la regulación de las emociones, con cómo este estilo se ha relacionado con la alimentación y sus hábitos y como esa relación se mantiene a lo largo del tiempo.
Este trastorno, que induce a una ingesta excesiva y/o continua de alimentos, en especial los más calóricos, tiene que ver con el mecanismo de recompensa, un sistema cerebral que combina el placer y el alivio.
No cabe la menor duda. Comer es una necesidad de supervivencia, pero también una actividad que produce deleite. Así, al ingerir alimentos sabrosos, picar entre horas o darse un capricho, por ejemplo, tomar un helado, liberamos las llamadas hormonas de la felicidad (dopamina, serotonina, oxitocina, endorfinas), y aplacamos la del estrés, el cortisol.
Explicado de otra manera, cuando somos presas de la intranquilidad, de la inquietud o incluso cuando nos sentimos tristes buscamos neutralizar esas sensaciones con algo que nos calme y ahí está la nevera, siempre a mano, con alimentos que nos producen placer, cuyo consumo nos deleita y nos calma. Esta recompensa, un mecanismo cerebral complejo, se persigue en mayor medida si ha sido activada desde la infancia. Si cuando somos pequeños nuestros padres nos calman con chucherías podemos desarrollar tendencia a buscar ese alivio a lo largo de nuestra vida.
La ansiedad por la comida se trata en la consulta psicológica, en la que se trabajan los pensamientos y herramientas para afrontar situaciones de este tipo. Tras un análisis de la situación personal, de las respuestas de cada persona a esa ansiedad, nos centramos en los mecanismos y herramientas para la identificación de emociones, en la psicoeducación emocional, la gestión alternativa a través de modificación de interpretación, e iniciamos un entrenamiento de estrategias alternativas a la solución de problemas.
Es importante que la persona sepa que la ansiedad por la comida se puede controlar, que es como una ola, solo hay que dejarla pasar.
En casos más graves, los de tsunami, el trabajo es mayor y es posible que requiera otros apoyos a la hora de abordarla, pero se puede lograr. No solo, eso sí, se trabaja frente al terapeuta. En casa también es preciso estar alerta, comenzando por no adquirir productos calóricos y asesorándose en relación a una alimentación equilibrada.
Se estima que entre un 4 % y un 6 % de la población joven sufre algún tipo de trastorno de la conducta alimentaria, siendo el de atracón, el de mayor incidencia. Esta circunstancia se puede atajar también con una educación de las emociones desde la infancia y en las aulas.
En definitiva, una educación transversal para la prevención y promoción de la salud emocional.