Señales del fin del mundo

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

Eduardo Parra | EUROPAPRESS

27 jul 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Anunciaban una batalla en el cielo, no precisaban si el ensayo general iba a ser un apagón tecnológico, si Microsoft y Windows serían las estrellas invitadas, los principales protagonistas que iban a asustar seriamente al mundo tal como era.

Sin internet, con miles de vuelos suspendidos, con el caos en las tarjetas de crédito en el primer mundo, con el miedo instalado en el corazón de la tecnología de consumo, con el pánico aflorando por las costuras del capitalismo.

El desorden afectó a hospitales y bancos, a empresas grandes y pequeñas, parecía el anuncio de las vísperas del acabose, la lectura precisa del apocalipsis según San Juan. Temblaron por veinticuatro horas los pilares de la tierra.

El susto pasó de largo, se restableció el sistema, pero quedamos avisados. La próxima ocasión puede ser la definitiva.

Sentimos la proximidad de los siete sellos que dejó escrito san Juan, percibimos la batalla entre el bien y el mal y antes de que se levante de nuevo el templo de Jerusalén al final de los días, como señala la profecía bíblica, somos testigos silentes, acaso cómplices, de cómo se aplica la ley judía del Talión e Israel masacra a cuarenta mil palestinos destruyendo Gaza en un genocidio a sangre y fuego, en una vesánica e irregular guerra civil.

Israel desoye consejos y recomendaciones, mira para el otro lado de los tribunales internacionales y se carcajea de la ONU.

Quizás estaba narrado en el segundo o tercer libro de los que conforman las señales que vendrán. Es el Armagedón, el comienzo de un final previsto y mil veces anunciado.

Como se anunció la invasión de Ucrania por el gigante ruso, que no consintió la independencia de Kiev. Son los mismos que fueron sometidos por el viejo imperio soviético que doblegó etnias y culturas. Sucede a nuestro lado, ahí mismo, en la prospera y feliz Europa que declaró la guerra fría ante la amenaza nuclear.

Y, mientras tanto, hay un millón de migrantes en Libia esperando embarcarse para llegar a Grecia o Italia, donde les han contado que crecen los euros en los árboles. Son los desheredados de la tierra y otro millón de subsaharianos aguardan en las costas de Mauritania y Senegal para asaltar, siendo víctimas de nuevos negreros traficantes, las ciudades del bienestar, con la primera etapa en Canarias.

El fin parece que llegará con el cambio climático, con el desajuste en Occidente de los viejos valores tradicionales, y, como dejó escrito Marguerite Yourcenar, «muerto Dios, el hombre volvió a estar solo».