Durante la noche, cuando la mansión Thornfield, escenario de la novela Jane Eyre, está sumida en el silencio, se escucha una risa estridente y perturbadora. La risa procede del piso superior, donde vive la misteriosa Bertha Mason (la que más adelante Sandra Gilbert y Susan Gubar denominarían «la loca del desván»), confinada desde que empezó a sufrir una enfermedad mental. Cuando Jane se acerca, piensa que la risa transmite locura y maldad. El frío del miedo le recorre la espalda y la hace sentirse vulnerable y expuesta a un peligro desconocido. En marcado contraste con Jane, que es un personaje puro, desapasionado y sumiso (soso, diría yo), y que jamás se permitiría una carcajada desinhibida, Bertha es sensual, apasionada, rebelde y decididamente incontrolable.
¿Será esta rebeldía lo que le inquieta a Trump de la espontánea y empática risa de Kamala Harris? ¿O es que hacer reír (con chistes de un patético infantilismo, por cierto) es solo prerrogativa de un machito alfa como él? En un mitin reciente, el líder republicano dijo que por la risa se podía ver que la aspirante a la presidencia estaba «loca» y que era «mala y patética». ¿No será que una mujer apasionada, que utiliza libremente su cuerpo para expresarse, sigue siendo una amenaza para cierto tipo de hombres (y también de algunas mujeres, no lo niego), tal y como lo fueron las brujas, las curanderas o cualquier otra que pretendiera salirse del molde?
Durante siglos, la risa femenina, que, por algún motivo desconocido, se asociaba a la sexualidad, estuvo bajo sospecha, tolerada a condición de que fuera discreta o se escondiera tras el abanico o la mano. Era un elemento más para ejercer el control sobre la mujer. Se consideraba que la que se reía era una descarada, una vividora atrevida o una loca histérica. Como dice Sabine Melchior-Bonett, autora del libro La risa de las mujeres, una historia de poder, «la risa ha conservado un poder de subversión y la sociedad no ha cesado de desconfiar en las reidoras». Virginia Woolf le dedicó un ensayo, El valor de la risa (1905), en el que decía que tenía el poder de «desnudar» al otro: «Nos muestra a los seres tal y como son, despojados de los oropeles de la riqueza, el rango social y la educación». La propia Kamala Harris, en una entrevista, afirmó que se siente muy contenta con su risa. «Tengo la risa de mi madre —dijo— y me crie entre mujeres que reían desde el estómago, que se sentaban en la cocina con sus cafés y que contaban historias y reían y reían. Nunca seré ese tipo de persona que ríe a hurtadillas, tapándose la boca». Espasmo, desorden, pequeño seísmo, sacudida patriarcal: ojalá Kamala vuelva a hacer reír a América desde el estómago.