Al igual que sucede con cualquier dictadura, el debate sobre Venezuela no es político, es humano y humanitario. Desde Trump hasta el Partido Comunista de Venezuela, pasando por Bukele en El Salvador o Boric en Chile, entre un sinfín de líderes de izquierda, derecha y centro, se han puesto de acuerdo, como mínimo, en pedir las actas electorales que oculta el régimen chavista para camuflar el fraude.
La victoria manifiestamente fraudulenta de Nicolás Maduro solo ha venido de la mano de dictaduras y de la ultraizquierda, obviando reglas democráticas tan básicas como un escrutinio electoral transparente. Ni hablemos de muchas otras irregularidades y vulneraciones sistemáticas de derechos humanos, constatadas por todos los organismos internacionales.
Incluso Pepe Mujica, expresidente de Uruguay y referente mundial de la izquierda, afirmó que en Venezuela existe una dictadura.
El pueblo venezolano se lanzó masivamente a las calles, en todo el país, contra un régimen que le ha condenado a la pobreza, a la violencia y al exilio. Son simbólicas y emotivas las imágenes de las personas más humildes, incluso en bastiones históricos del chavismo como Petare o Barinas. La respuesta del régimen fue la represión atroz y el baño de sangre prometido por Maduro, con asesinatos y secuestros, desplegando fuerzas militares y paramilitares.
¿Qué puede hacer la comunidad internacional ante el fraude y el baño de sangre del chavismo? La comunidad internacional no es un bálsamo de Fierabrás al que recurrir para curar los males de la humanidad, como las dictaduras o las guerras. No pidamos milagros a organizaciones internacionales que operan en mundo integrado, en su inmensa mayoría, por países que no son democracias. Incluso algunas democracias tienen líderes y partidos dudosamente democráticos.
La esperanza para Venezuela tiene que venir de la presión internacional combinada con la presión interna del pueblo, pero sin que podamos exigirle la heroicidad de exponerse a la muerte o al secuestro. La presión está fracasando y al pueblo lo están matando y secuestrando. Aliados clave de Maduro, como Lula, Petro o López Obrador, con capacidad para presionar al dictador, están siendo indulgentes. Bloquearon una resolución muy suave en la OEA y emitieron un comunicado muy decepcionante: ni una palabra de los muertos y secuestrados, con exigencias de paz solo al pueblo y opositores. Ni una referencia a Maduro ni al régimen, salvo a las «autoridades electorales» a las que piden datos desglosados por mesa «de forma expedita». En fin...
¿Qué harán si, como es previsible, el régimen no entrega las actas o las entrega falsificadas? No hay razones para ser optimistas, salvo una milagrosa negociación secreta en la que parecen estar involucrados diversos actores, incluidos Brasil, Colombia y México. Los dictadores no se van, son derrocados. Según el estudio de Escribá-Folch sobre el destino de los dictadores, solo las élites, los militares o el pueblo han derrocado dictaduras. Sería la primera vez que una dictadura cayese por los votos o por las palabras. Sigamos soñando.