A los dueños de un bar de Mera los madrileños les salían por las orejas y decidieron cerrar esta semana en la que la España vaciada se traslada a Cibeles y todos sus creyentes a la costa en estampida. Chapan, dicen, para no tener que aguantar a clientes maleducados que además no hacen gasto, individuos que, por ejemplo, piden un roncola y lo escancian en tres copas o una jarra de agua y la vierten en seis vasos, o exigen tortilla con el café para que les baje por el gollete. Hay clientes de terrazas que desarrollan una capacidad finísima para disfrutar al máximo de la propiedad del suelo con una inversión miserable y que son capaces de aguantar sin bajar un minuto la vista. Como estamos en paz, la guerra la libran contra el hostelero y su cuenta de resultados, pero semejante jeta los podría llevar a donde quisieran. Tendemos a despreciar la ventaja evolutiva que representa tener la caradura y miren a aquel jugador brasileño al que apodaban el Káiser que fichó por varios clubes de fútbol de primera sin tener ni idea de cómo chutar un balón. Cuando le tocaba jugar, fingía una lesión y así aguantó veinte años.
El caso de los dueños del bar de Mera es más radical. Hace unos días publicaron una declaración de hostilidades contra los «tontos de la Meseta». Lo hicieron en Facebook, lo que fue también una declaración de intenciones. Y lo recogieron todos los periódicos de la Meseta, asombrados por la claridad con la que desde Galicia se proclamaba por primera vez un súper seco madrileños go home, así, sin ningún «iño» con el que hacer honor a la fama y a la tradición. La invectiva ha abierto un debate agrio que amenaza con progresar. Permanezcan atentos porque aquí algo se cuece.