Un mundo de pesca y comercio singular, el del pulpo y el calamar, desde los tiempos del buque factoría Galicia o antes, cuando el INI intentó instalar en Villa Cisneros, Sáhara, una gran factoría pesquera a través de Ipasa. Quizá otra en Mauritania. En un sistema oceanográfico donde, desde Senegal hasta Fisterra, nos encontramos en la misma gran área de afloramiento, de elevada productividad marina. Unos con los vientos alisios y otros con los del norte y su estacionalidad.
Si bien con la pota o el calamar la historia deriva en los 70 con la descubierta de una pesquería en aguas de Boston, en la que EE.UU. condicionaba el acceso —con la extensión de sus aguas a las 200 millas— a que los barcos fuesen de construcción americana. Lo que llevó a Alfonso Paz-Andrade, con Jacobo Fontán, a explorar las posibilidades pesqueras de las Malvinas (Reino Unido) para iniciar una empresa mixta, quizá con Dick Soul, origen de una nueva actividad cefalopodera patagónica, dadas las restricciones marroquíes y mauritanas.
Al amparo del pulpo y calamar, o de la pota y la sepia, se desarrolló una flota, pero también un mercado en el que España y su consumo se configuraron como actores principales.
Un trabajo en Scientific Reports, liderado por A. Ospina-Álvarez y S. Villasante, (https://doi.org/10.1038/s41598-021-03777-9), analiza el comercio mundial de cefalópodos. El 2,5 % de los alimentos marinos, con unos tres millones de toneladas desembarcadas y que en España suponen —con otros moluscos— la cuarta parte de las importaciones de productos del mar. Un comercio mundial que, desde hace setenta años, a pesar de la disminución de las capturas en los últimos diez, se ha multiplicado por seis en descargas y por catorce en valor.
Desde comienzos del siglo XXI, China y la República de Corea, con Perú y Argentina y Malvinas, dominaron estos mercados. Vietnam y Japón tuvieron una posición importante, a la baja desde el 2005, lo que ha favorecido a España, Portugal, Italia y Marruecos, a los que se añadió Mauritania. Observándose además que una gran parte de los cefalópodos con destino a España son de aguas de Mauritania y Marruecos y de las patagónicas e Islas Malvinas, y que en calamares y sepias es notable la relación de España y la India. Lo que en cinco años (2015-2019), según el citado trabajo, permitió importar 380.000 toneladas de pulpo y exportar 200.000, o importar 1,25 millones de toneladas de sepia y calamar y exportar medio millón. Más allá de barcos, tripulantes, sociedades armadoras o gobiernos. Un juego amplio en los mercados, que no son solo de productos. Algo iniciado en los años 60, cambios en aguas territoriales, convenios con terceros países, sociedades mixtas, Unión Europea o el bréxit por medio. Y que en el 2022 permitió la exportación de 1,2 millones de toneladas de productos del mar, cuando importamos 1,8 millones. Consecuencia de la reputación y fortaleza comercial de Galicia como proveedora del mar. Un futuro de la pesca gallega, la de fuera. Comercio por flota.