Aristóteles escribió: «La razón de que solo el hombre tenga cosquillas es la finura de su piel y que el hombre es el único animal que ríe», aunque hoy sabemos, con perdón del filósofo, que esto no es del todo cierto. La expresión de las emociones no es idéntica en los animales y en el hombre, en aquellos solo es producto de una excitación física (el movimiento del rabo de los perros cuando llega su amo), y en el ser humano es más dependiente del lenguaje, del mundo simbólico y comunicacional.
El humor y la risa humorística son exclusivamente humanos, solo nosotros nos reímos de nosotros mismos y de los demás, cosa que jamás hará un animal.
La risa surge en un juego de valoraciones, de lo real y lo irreal, lo bueno y lo malo, lo verdadero y lo falso, lo posible y lo imposible simultáneamente. Los humanos vivimos en base a ideales y conceptos inventados y, sin ellos, no habría humor ni risa. Somos una mezcla de comedia y tragedia, reímos o lloramos cuando sentimos placer ante la farsa de la vida que se desarrolla frente a nosotros.
La risa es específicamente humana porque los animales carecen de conceptos universales y de capacidad de discernir entre el ser y el deber ser. Nosotros vivimos en esos términos y, precisamente por eso, somos animales muy raritos.
El conflicto, el absurdo, la paradoja, el sin sentido, la contradicción, el juego de palabras (conceptos) o el choque de conciencia resultante de la pérdida de control de uno mismo desencadenan la risa, provocan un impacto físico que precipita una emoción y esta una conducta en forma de carcajada de opereta o tabernaria, según patrones personales, familiares o comunitarios.
Cuando una situación política o una lógica de hechos de difícil manejo intelectual se nos presenta a la vista, el cuerpo responde con la risa.
La información o desinformación que estamos recibiendo no solo es asumida por nuestro intelecto, sino que tiene un impacto sobre todos los sentidos que nos lleva a reaccionar corporalmente y reírnos. La risa es una respuesta ancestral y programada en ausencia de más alternativa, cuando fallan las palabras y fallan otros gestos.
Uno observa la escena de Puigdemont, la secta satánica fascista de Maduro, el manual del ministerio para manejar bien las drogas y tantas y tantas otras ocurrencias y contradicciones que están en el escenario de la vida cotidiana, que a uno le da la risa floja. El ataque de risa —quien lo sufrió lo sabe— es incontrolable, visceral, irracional, es una respuesta de todo el ser frente al absurdo. En eso estamos.
La risa es un arma y también un juguete. Como la propia inteligencia.