«Ser guapo es una maldición… no sabe la suerte que tiene, señorita, de no serlo». La frase se la espetó Alain Delon a Pilar Eyre hace años cuando la periodista era moza y entrevistaba a personajes como el actor francés, que el sábado moría para recordarnos que de todo hace ya muchos años. Eyre reflejó en sus redes sociales la descomunal faltada del hermoso Alain, un resumen finísimo de la sensación que debe de recorrer los cuerpos y las mentes de los grandes bellos que, poseedores de un don brutal al que nada han contribuido, son capaces de ir por la vida de víctimas.
Hablamos de la belleza total, de esa sobrecogedora perfección que hace balbucear a los demás seres humanos, entes imperfectos que aspiran a contagiarse de algo de lo que el bello exuda con la displicencia de quien no se ha trabajado su talento.
La contestación que Delon le dio a Eyre en aquella entrevista en la era antes del bótox conecta al francés con el gran pibón de Rimbaud y su «senté a la belleza en mis rodillas y la encontré amarga»; destila la misma sensación de maldición que proclama el poeta y que a los mortales normales nos parece una impostura, pues cuántas vidas se han entregado por sentirse bellas un momento.
La frase de Delon a Eyre era la de Dorian Gray, que para permanecer bello y joven trazaba en el cuadro de su rostro toda la barbaridad que admitía como peaje.
En realidad, todo conecta la respuesta de Delon con lo profundo, con ese debate ontológico que desata lo bello, con todas las respuestas que encierra su contemplación y su misterio irresistible. Aunque, después de todo, la mejor explicación a la belleza la dio otra guapaza como Sofía Loren y su espectacular «todo lo que ven se lo debo a los espaguetis».