
En aquellos inocentes cuentos de nuestra infancia, las situaciones de felicidad suprema acababan siempre con el latiguillo de «fueron felices y comieron perdices». Era el culmen a la dicha absoluta. La perdiz suponía un manjar
En aquellos inocentes cuentos de nuestra infancia, las situaciones de felicidad suprema acababan siempre con el latiguillo de «fueron felices y comieron perdices». Era el culmen a la dicha absoluta. La perdiz suponía un manjar