El chaval de Mocejón que mató al crío dice que estuvo allí, que fue testigo de lo ocurrido, pero que él no lo acuchilló, que fue otro, alguien que le había robado su apariencia, su otro yo. Coincidieron estas declaraciones con una frase tremenda que escuché a un psiquiatra quizá incluso el mismo día. Hablaba de la importancia de conocerse a uno mismo para disfrutar de una buena salud mental. Y en cierto momento dijo: «Muchos viven con un desconocido dentro». Por supuesto, no se refería a posesiones diabólicas, sino al simple descuido del conocimiento propio, de las motivaciones que nos llevan a obrar, o de la búsqueda del aturdimiento por miedo a enfrentarnos a nosotros mismos, a las exigencias de nuestra conciencia. Ese miedo conduce directamente a la mentira: mentimos y nos mentimos. Y lo que ocurre con las personas ocurre también con los pueblos. Al menos, de manera análoga.
Pedía Primo Levi, escritor italiano que sobrevivió a Auschwitz, que se recordara la barbarie de la Segunda Guerra Mundial: «Ha sucedido y, por consiguiente, puede volver a suceder en cualquier lugar y en cualquier momento». El desprecio de la historia conduce a olvidar una y otra vez, por ejemplo, que en el comunismo se puede entrar por medios democráticos, pero no se puede salir de él democráticamente, porque el comunismo, como primera medida, simula la democracia, mientras la destruye. Los venezolanos lo están padeciendo en carne y sangre propias. Siempre ha sido así. Para salir del comunismo no basta con votar.
Todo eso lo sabemos todos, pero unos se mienten porque no quieren saber lo que ven sus ojos, y otros nos mienten porque no quieren que lo veamos. Hasta que estalle el extraño que nos habita.