Mocejón: sobre inmigración y delincuencia

Jorge Sobral Fernández
Jorge Sobral LÍNEA ABIERTA

OPINIÓN

PACO RODRÍGUEZ

25 ago 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

En el carrusel de elecciones que se han celebrado recientemente en nuestro entorno (Francia, Alemania, Reino Unido, Cataluña, europeas...), la inmigración ocupó una posición de privilegio en el escenario. Y, destacando, la relación real o imaginada entre inmigración y delincuencia. Aquí, los bulos sobre el terrible crimen del crío de Mocejón han puesto el debate a flor de piel. Conozco a no pocas personas, inteligentes y sensatas a carta cabal, que de buena fe concluyen con imprudente urgencia sobre tal asociación. A ellos dirijo esta columna. No tengo esperanza en deshacer aquellos prejuicios sólidamente establecidos, solera Gran Reserva, en algunos ciudadanos. Y espero menos aún de aquellos que utilizan torticera y deliberadamente algunos datos para obtener beneficios varios, desde votos en la pugna política hasta likes o seguidores en ese pudridero en que se han convertido muchas redes sociales. Para los primeros, arranquemos desde aquí: los extranjeros son actualmente alrededor del 13 % de los residentes en nuestro país. Y estos extranjeros cometen en torno al 20 % del total de infracciones penales.

Este es el principal argumento que exhiben aquellos que al menos se molestan en argumentar. Es evidente entonces que, a simple vista, el colectivo de extranjeros está sobrerrepresentado: delinquirían más de lo esperable en el supuesto de una igual predisposición al crimen entre nacionales y foráneos. Pero tengamos cautela.

Primera precaución: esa cifra de delincuentes extranjeros incluye, por ejemplo, los actos vandálicos de turistas (ingleses y alemanes, en su mayoría) casi siempre en estado de embriaguez; también los numerosos delitos relacionados con el tráfico de drogas y sus correspondientes mafias, latinas, del este, etcétera. Abarca también las infracciones penales vinculadas a la propia situación de estar irregularmente en nuestro territorio. Es decir, una buena parte de ese 20 % de delitos no tiene nada que ver con el perfil al que se alude reiteradamente en redes y en cierta propaganda política (a saber, «moros» y los famosos menores no acompañados, menas).

Segunda precaución: conviene saber que es un hecho de rango universal que la delincuencia registrada es un fenómeno protagonizado fundamentalmente por varones. Y, además, varones jóvenes. Disponemos de excelentes explicaciones psicobiológicas y socioculturales del hecho, pero no es este el lugar, claro está (dos datos ilustrativos: en España, el 93 % de la población encarcelada son varones; en Europa, el 96 %. Fíjese además, amable lector, en lo siguiente: solo 3 de cada 100 presos superan los 60 años). Pues bien, añada esto: la gran mayoría de los inmigrantes irregulares son varones jóvenes. Incluso tomando a los extranjeros como un todo, el 22 % de ellos estarían entre los 15 y los 30 años. En autóctonos, no pasan del 14 %, y bajando. Así, esa conclusión inicial está absolutamente viciada, se están comparando entidades absolutamente heterogéneas: jóvenes varones inmigrantes con el total de los nacionales, que incluye, por ejemplo, millones de mujeres y niños pequeños de riesgo criminal casi nulo. Eso es hacer trampa.

Tercera precaución: está empíricamente constatado que hay otros factores contextuales que incrementan notablemente el nivel de delincuencia. Al menos, ese tipo de delincuencia vinculada con la supervivencia. Resumiendo mucho, ciertas características de personalidad, la pobreza, la marginalidad, el barrio que te ofrece a todas horas modelos inadecuados a los que imitar, la falta de apoyo educativo, familiar y social. Bien, un dato al respecto: la renta media anual de un español estaba hace un año en 15.300 euros. La de los extranjeros no europeos, en 8.300, casi la mitad.

Cuarta y última precaución: cuando todos estos cálculos se hacen correctamente (es decir, comparando españoles autóctonos, varones, jóvenes, pobres, con bajo nivel educativo, falta de apoyo familiar y social, con residencia en barrios marginales, etcétera, con sus iguales inmigrantes), entonces las diferencias desaparecen. Y no solo porque en ciertos tipos de delitos nos encontramos con que los nacionales no solo no delinquen menos, sino que lo hacen incluso más. Por ejemplo, en delitos de máxima gravedad, como los homicidios: el 12,45 % de los nacionales presos lo están por haber matado a alguien. Entre los extranjeros, el 9 %.

Una conclusión: la gente suele delinquir más cuando tiene cierta estructura de personalidad, cuando es joven, varón, pobre, sin oportunidades educativas y relacionales, etcétera. ¡Es por eso, no por ser inmigrante o dejar de serlo! Así de sencillo.

Si conociendo todo esto alguien sigue pensando que no le gusta la inmigración, por mucho que económica y demográficamente la necesitemos, pues en su derecho está. Faltaría más. Sin ir mas lejos, un servidor detesta con todo su ser todo ese conjunto de creencias y tradiciones de la órbita islámica acerca de las mujeres, los homosexuales, las adúlteras, las mutilaciones genitales y lindezas de ese palo. Combatamos en las guerras culturales reivindicando una y mil veces los valores de la Ilustración, de la modernidad, de la razón, de la ciencia. Pero no convirtamos en delincuentes a aquellos que no lo son. Al menos, no más que nosotros mismos.

En cualquier caso, no me hago muchas ilusiones. Ya dijo Einstein aquello de que «es más fácil destruir un átomo que un prejuicio». Era disléxico, pero tonto parece que no... Pues en esas andamos.