La voz prohibida

Yashmina Shawki
Yashmina Shawki CUARTO CRECIENTE

OPINIÓN

Contacto / Adrien Vau | EUROPAPRESS

27 ago 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

El mes que viene se cumplirán 23 años desde que este periódico, en el que tengo el honor y el placer de colaborar, publicó mi primer artículo de opinión. Apenas habían transcurrido unas horas desde los atentados del 11 de septiembre del 2001 cuando se me ofreció la oportunidad de expresar mi opinión sobre lo acontecido. Desde entonces no he dejado de hacerlo de manera regular. Y no solo me siento infinitamente agradecida, sino también extremadamente responsable. Una vez que presiono la tecla para enviar el correo electrónico con el artículo, este deja de pertenecerme. Desde ese mismo instante ya es patrimonio no solo del periódico, sino de todos y cada uno de los lectores y lectoras que tienen a bien seguirme. Puede que lo encuentren interesante, que les resulte aburrido o que discrepen sobre su contenido, pero en todos los casos, tanto la escritora como el lector o la lectora, estamos ejerciendo nuestro derecho a la libre expresión y al acceso a la información. Derechos que pueden parecer casi irrelevantes pero que tienen una importancia trascendental, mucho más ahora que el ruido mediático y la desinformación de internet dificultan discernir lo que es real de lo que no lo es.

Asimismo, representan una forma de lucha silenciosa, soterrada pero imprescindible, en un momento en el que la voz de tantos millones de personas se ve constreñida por razones políticas, religiosas o de género. Desde Venezuela, paradigma de la corrupción, hasta Irán, retrato de la represión religiosa más retrógrada, son muchos los países en los que escribir o leer con libertad son actividades de altísimo riesgo. Lo saben bien los familiares de los y las periodistas asesinados en México o en Rusia.

Hoy, más que nunca, las mujeres y los hombres debemos hablar alto y claro por esos catorce millones de personas a los que se les ha prohibido emitir sonidos. Desde hace unos días, el silencio se ha adueñado de las calles y edificios de Afganistán porque las mujeres no pueden comunicarse más que en susurros. Los desnortados talibanes han decidido privar de voz a las mujeres, temerosos de que con ella despierten su conciencia sobre la monstruosidad de su régimen. Porque hablar, reír y cantar son pecados y la antesala del pensamiento y la libertad. Por ellas, por todas y todos, permítanme que hoy, desde estas líneas, alce la voz.