Matar al «ángel del hogar»

Cristina Sánchez-Andrade
Cristina Sánchez-Andrade ALGUIEN BAJO LOS PÁRPADOS

OPINIÓN

28 ago 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Una lluviosa tarde de agosto de 1905, Virginia Woolf y su hermano Adrian se refugiaron en la iglesia parroquial de St. Ives, Cornualles. Esta iglesia estaba próxima a la casa en donde la familia pasaba las vacaciones, lugar y paisajes que inspirarían su novela Al faro. En la entrada había una anciana que entabló conversación con ellos. Cuando los hermanos le dijeron quién era su madre, ya fallecida, ella se echó a llorar. «Haber dejado tal huella —escribió Woolf en su diario— que después de once años broten las lágrimas al pensar en toda la belleza y caridad que evoca un nombre me parece que es quizá el más puro tributo que se puede ofrecer a la nobleza de una vida que no persiguió ninguna otra riqueza».

Julia Stephen, la madre de la escritora, fue una mujer de gran belleza que se movía en los ambientes culturales de la época y que trabajó de modelo para pintores prerrafaelistas. Cuando Leslie Stephen se casó de segundas nupcias con ella, decía que era «una especie de hermana de la caridad» a la que siempre acudían en primer lugar cuando alguien de la familia moría o estaba enfermo. Encarnaba así el ideal victoriano de mujer de clase media como «ángel de la casa».

Esta expresión había servido de título a una larga serie de poemas del autor victoriano Coventry Patmore. En ellos, el poeta hace referencia a la mezcla de abnegación y sentimiento que caracteriza a la mujer que piensa en las necesidades de los demás antes que en las suyas, que alivia el ceño fruncido del hombre y que siempre busca la armonía del hogar. Así dice el Canto IX del poema: «El hombre debe ser complacido; pero el complacerlo a él/es el placer de la mujer; por el abismo/De sus necesidades condolidas/Ella arroja lo mejor de sí misma, se lanza».

Los sentimientos ambivalentes de admiración y rechazo de Woolf hacia su madre están reflejados en dos personajes. Por un lado, tenemos a Mrs. Ramsay, de Al faro, una mujer que es admirada y querida por todos, amable, comprensiva, abnegada, ávida de armonía. Por otro está Clarisa, de Mrs. Dalloway, que tiene una vida superficial que consiste en hacer visitas, vida social, supervisar las tareas domésticas, etcétera. Es el ángel de la casa y recibe sus compensaciones por ello, pero sabe que ha pagado un precio alto. La fiesta que organiza y celebra al final del día es un referente en su mente, una forma de llenar sus pensamientos para no pensar en sus desencantos mas profundos.

A pesar de que la imagen de la anciana en la iglesia de St. Ives llorando ante el recuerdo de su madre perduraría durante toda su vida, Woolf optó por matar al «ángel del hogar» con contundencia. Afirmaba que este ángel no es un hombre, sino una mujer a través de la cual habla un hombre. Matarlo, por tanto, era una parte esencial del trabajo de cualquier escritora y, por ello, dedicó gran parte de su obra a desmitificar el ideal femenino imperante en la sociedad en obras las ya mencionadas o en Una habitación propia.