En estos días se escucharán, se leerán muchas cosas sobre Santiago Rey Fernández-Latorre. Su dimensión de empresario, de visionario; su figura como detentador de poder, la fuerza de su personalidad que seguramente le hizo exprimir la vida como pocos. Pero ya que tengo la oportunidad, mientras gestiono la desazón que me ha provocado la noticia de su pérdida, me gustaría destacar dos conceptos para que no se diluyan entre tantas palabras. El primero es que Santiago Rey era un periodista. Así lo consideré siempre. Hasta donde yo sé, lo fue hasta el último aliento. Era uno de los nuestros y, créanme, entre nosotros resulta fácil reconocernos. El propietario de la empresa donde mis compañeros y yo nos dejábamos las pestañas no era una corporación, ni un consejo de administración, ni un banco. Era un periodista que de vez en cuando visitaba la redacción pero cuya impronta estaba presente a diario. Y seguramente pocas cosas le satisfacían más que que sus compatriotas, los que compartíamos con él la patria de este oficio, lo considerásemos como lo que sin duda era: un periodista.
Además, era un periodista valiente. Con arrestos. Y eso es muy importante cuando se gobierna un trasatlántico como La Voz de Galicia, cuando se piden esfuerzos o cuando se otorgan felicitaciones.
Pero si esta empresa formidable que él dimensionó fue posible se debe también al otro concepto que debo subrayar: su humanidad. Pese a todas las transformaciones tecnológicas, sociales, económicas que La Voz tuvo que transitar, Santiago Rey supo mantener una atmósfera familiar entre todos los que hacíamos posible que el periódico saliera cada mañana, incluso ahora que sale cada minuto. Tuvo la intuición y la determinación de propiciar y mantener ese ambiente que ha hecho que todos seamos un poco más que compañeros y que don Santiago fuera un poco más que nuestro patrón. Nos hizo sentir que La Voz también era nuestra.
Recuerdo su profunda voz animándome en uno de los días más oscuros de mi vida, lo recuerdo también silencioso, mezclado entre la multitud que despedía a nuestro llorado Nacho Mirás o bromeando por la redacción en las cada vez más cortas noches electorales. También cantando las cuarenta a presidentes de la Xunta o del Gobierno de España. En público, para que nadie se confundiera. Casi todos guardamos recuerdos más o menos entrañables del patrón. Por eso somos tantos los que hoy nos sentimos algo desamparados mientras lamentamos la pérdida de una persona que seguramente extrañaremos durante mucho tiempo.
Solo queda pedir honor y gloria a un periodista valiente, a uno de los nuestros, que se ha ido dejando a una familia huérfana: la de quienes hicimos y la de quienes siguen haciendo La Voz de Galicia.
Ustedes todavía no lo saben, pero les aseguro que también lo van a echar de menos.
Buen viaje, compañero, buen viaje, patrón.