De los creadores de «la fachosfera» llega «delitos de odio», la última película-cortina de humo para estigmatizar a los contrarios al régimen y que no se hable de lo que de verdad importa. Por ejemplo, la semana pasada se produjo un suceso trágico, la muerte de un niño de 11 años a manos de un joven de 20 al parecer con una discapacidad psíquica y que no recibía ningún tipo de tratamiento. En vez de poner el foco en los problemas de salud mental, las causas de que estos vayan en aumento —especialmente a edades tempranas— y las deficiencias en su gestión, se monta toda una campaña por los mensajes xenófobos que una minoría publica en las redes sociales. Se amplifica el discurso de estos haters (odiadores) profesionales y se asocia interesadamente a una opción ideológica. En el fondo, los tipos como Alvise o algunos de Vox retroalimentan el discurso de la izquierda, pues nada moviliza más a la opinión pública y los votantes progresistas que la supuesta amenaza de la extrema derecha.
Que Instagram, Tik-Tok, X/Twitter, FaceBook, YouTube, WhatsApp o Telegram son plataformas donde anónimamente se publican todo tipo de barbaridades es un hecho. Allá quien las use para informarse. Hay mecanismos para identificar a los autores y actuar contra ellos. Pero pretender prohibirlas, como se escucha últimamente, va contra la libertad de expresión y los derechos de la mayoría. Al social-comunismo le encanta intervenir, controlar y limitar la esfera privada, no hay más que ver ese carné digital para entrar en webs porno —el «pajaporte», lo llaman jocosamente— que presentó el Gobierno este verano.
Esta semana, el debate se ha trasladado a la llegada masiva de inmigrantes y su envío a dedo a diversas localidades españolas. De nuevo, las redes arden por el enfrentamiento entre los que exhiben la ingenuidad naíf de las pancartas de «refugees welcome» y quienes defienden que solidaridad sí, pero que no se puede abrir la puerta a todo el mundo, traerlos sin papeles y sin un contrato de trabajo y abandonarlos en un hotel de Becerreá, Mondariz o Sanxenxo. La presión en Canarias y Ceuta es insostenible, a Sánchez no le funciona la baraka con el amigo marroquí, pero solo se habla de racismo y delitos de odio.