Santiago Rey Fernández-Latorre: su visión de Galicia y de España
OPINIÓN
Tengo muy viva en mi memoria la última tarde que compartí con Santiago Rey Fernández-Latorre. Hace poco más de un mes, el 27 de julio, tuve el privilegio de ser invitado a celebrar los 80 años de Salomé Fernández-San Julián, su esposa. Estábamos en la sede del Museo de La Voz de Galicia, lugar donde él se sentía a sus anchas, rodeado de familiares y amigos. Y en esa atmósfera de calidez y afectos, en el momento en que intervino para homenajear a su esposa, sorpresivamente se dirigió a mí. Hizo una afirmación que no podré olvidar nunca: que ese encuentro también se realizaba en mi nombre, porque yo era la primera persona a la que le habían concedido el Premio Fernández Latorre invitado a una celebración esencialmente familiar.
Ese hecho, que en principio parece no más que una expresión de gentileza, me ratificó una intuición que he llevado conmigo desde la primera vez que estreché su mano: que en Santiago Rey Fernández-Latorre vivía una poderosa sensibilidad humana que permanecía en un segundo plano, desplazada por su intenso activismo como editor, periodista y empresario.
Quiero decir que Santiago Rey Fernández-Latorre era un hombre generoso, un hombre de corazón permeable, aun cuando, en su vida, muchas veces se vio en la obligación de tomar decisiones que a él mismo le resultaron difíciles.
Y es que por encima del hombre que mantuvo unas determinadas líneas editoriales; que luchó de forma persistente por crear y expandir una corporación de medios de comunicación con una indeclinable vocación de liderazgo; por encima de sus incansables empeños a favor de la sostenibilidad económica de sus empresas; por encima de ese ingente movimiento, de su siempre apretada agenda de disciplinas profesionales y empresariales, de decisiones y contactos, de formalidades y relaciones; a pesar de lo ocupados que eran sus días, repito, por encima de todo ese caudal de asuntos y consideraciones, en Santiago Rey Fernández-Latorre primaba un extraordinario sentido de responsabilidad.
¿Responsabilidad con qué, con quiénes? Responsabilidad con Galicia, responsabilidad con España. La pregunta sobre el destino de la sociedad gallega y, en un horizonte mayor, sobre el futuro de los españoles, lo asediaba. No como una inquietud pasajera o episódica. Siempre estaba allí. En las muchas conversaciones que compartimos, las interrogantes sobre dónde estamos y hacia dónde vamos no desaparecían nunca.
Tenía un anhelo, que expresaba de distintas maneras, ante las más disímiles circunstancias: quería para España una democracia cada vez más consistente y efectiva, cada vez más profunda y asequible, una democracia más palpable y visible. Eso es lo que está en el fondo de sus artículos y editoriales. Es el alma que recorre las páginas de Yo protesto, libro que es mucho más que una mera recopilación de textos publicados, y que merece estar en el pensamiento y en las bibliotecas de quienes toman decisiones en Galicia y en España.
Ese sentido de responsabilidad, que a veces se levantaba ante hechos puntuales, estaba inscrito en una dimensión mucho mayor: había cultivado una visión amplia, integral, diversa, compleja y lúcida del país. Una visión siempre actualizada, proyectada hacia el futuro. El paso de los años, la acumulación de experiencias, no lo orientó hacia el pasado y sus dignidades, sino que, por el contrario, fortaleció sus vínculos con la realidad de los días. Le seguía los pasos al presente para levantar la vista y tratar de obtener una comprensión de hacia dónde marchan las cosas.
Sin embargo, ese estado de vigilia tampoco lo alejó de la tradición empresarial y familiar de la que fue un miembro nato y destacado. Sus hechos en esa materia son indiscutibles: la Fundación Santiago Rey Fernández-Latorre, que creó en 1994, y el Museo de La Voz de Galicia, son bienes tangibles, del alto valor que atribuía a la memoria pública, a la memoria de los hechos comunes, como fuentes imprescindibles para pensar en cómo diseñar un futuro de progreso constante y fluida convivencia.
Son muchas las razones por las que su partida me resulta dolorosa. Estaba activo. Sus preocupaciones seguían con él, intactas. Tenía proyectos, ideas en ebullición. Las cosas primordiales del hecho de vivir continuaban en Santiago Rey Fernández-Latorre como en cualquier otra persona que se dispone a vivir todavía mucho tiempo más. Por eso su partida nos causa una sensación de injustificado vacío, porque él era uno de esos hombres que necesitamos para seguir adelante. Eso lo saben, de forma profunda y cotidiana, su amada viuda, Salomé Fernández-San Julián; lo saben los leales y eficientes miembros de su equipo de trabajo; los saben sus amigos próximos, lo sabemos todos aquellos a quienes nos obsequió con su don para la amistad.