Genética, linajes reales y el arte de hablar al pedo

Antonio Salas Ellacuriaga LÍNEA ABIERTA

OPINIÓN

Javier Etxezarreta | EFE

11 sep 2024 . Actualizado a las 09:22 h.

El argentino tiene la habilidad de ennoblecer con su imaginación un vocablo tan humilde como pedo, que, según la Real Academia Española, no es más que: «Ventosidad que se expele del vientre por el ano». Sin embargo, para el argentino, estar al pedo (aburrido), estar en pedo (borracho), hacer algo al pedo (hacer algo inútil, en vano), sucedió de pedo (fue pura suerte), ni en pedo (algo que jamás haría), del año del pedo (algo muy antiguo), cagar a pedos (reprender severamente), estar en una nube de pedos (vivir alejado de la realidad) o a los pedos (muy rápido) son expresiones cotidianas rebosantes de ingenio. Uno podría preguntarse si no sería más fino decir flatulencia, ventosidad o incluso cuesco, pero, seamos sinceros, ninguna de estas alternativas tiene la misma gracia. Mi cercanía familiar y emocional a la argentinidad hace que estas expresiones me asalten la mente en situaciones precisas. Un buen ejemplo es el que nos ocupa, relacionado específicamente con la expresión hablar al pedo.

Resulta que se dice que Letizia tiene sangre azul. Algunos programas de televisión han dado eco a una investigación genealógica que afirma que la reina consorte de España está «directamente emparentada con el rey Fernando II de León». Sin duda, el trabajo del genealogista es encomiable y requiere mucho esfuerzo, sobre todo cuando se trata de rastrear linajes de hace varios siglos. No obstante, mi reflexión parte de un campo en el que me siento más cómodo: la genética, en especial el concepto de «sangre azul».

Hagamos un pequeño ejercicio matemático. Fernando II de León vivió entre 1137 y 1188, es decir, hace aproximadamente 900 años. Si estimamos unas 30 generaciones desde entonces, cada uno de nosotros tendría alrededor de 2 elevado a 30 ancestros genealógicos posibles (2 padres, 4 abuelos, 8 bisabuelos y así sucesivamente), lo que resulta en un total de unos 1.000 millones de ancestros «potenciales». Sin embargo, los datos precensales de la época sugieren que en la España de entonces vivían aproximadamente 4 millones de personas. Esto nos lleva a tres reflexiones biológicas.

Primero, para que estos números tengan sentido, el cálculo de ancestros no puede ser tan simple como 2 elevado a «n». Es necesario tener en cuenta un fenómeno muy conocido en biología: todos compartimos ancestros si retrocedemos unas pocas generaciones. En otras palabras, no hace falta ir tan lejos para descubrir que estamos todos emparentados de alguna manera; todos somos primos, algunos más cercanos que otros.

En segundo lugar, la probabilidad de heredar algo de ADN de un ancestro que vivió hace más de 900 años es, francamente, de pedo; mucho menor que la probabilidad de ganar la lotería. Esto suponiendo que la transmisión del material genético no se pone en duda; a estos efectos, conviene recordar que las falsas paternidades no bajan del 1?2 %. Por otro lado, el genetista forense sabe lo complicado que es establecer vínculos biológicos más allá de los primos segundos, quienes solo comparten 1/32 de su ADN. Finalmente, y relacionado con lo anterior, el concepto ancestro genealógico difiere del de ancestro genético: tenemos tatarabuelos en nuestros árboles familiares de quienes no hemos heredado ni una pizca de ADN. Dicho de otro modo, Letizia bien podría tener al rey Fernando II de León entre sus ancestros, y eso no lo discuto. La probabilidad de haber heredado algo de él es virtualmente cero, pero, si lo hizo, es tan probable como que cualquiera de los lectores de este artículo tenga antecedentes regios.

Esta nota es el resultado de levantarse un domingo a las 6 de la mañana y estar al pedo.