Los Emmy premiaron este fin de semana a las series que, a ojos de los reflexivos académicos, conjugan ese difícil equilibro entre prestigio, calidad y una popularidad lo suficientemente sólida como para garantizar su pervivencia en la pantalla. Pero los réditos económicos no siempre siguen los mismos baremos de reputación. Hay ficciones que, como las redes sociales, se han convertido en grandes contenedores de publicidad orientados a vender al espectador productos propios y ajenos.
Ni Hacks, ni The Bear ni Shogun, galardonadas en los Emmy, figuran en las listas de las más rentables para el márketing televisivo y el emplazamiento de producto, una técnica de seducción que empezó hace años de forma sutil en el cine y la televisión y que se ha convertido en el centro del negocio para internet.
La serie que más artilugios de mercadotecnia vende es Los Bridgerton, de Netflix. Y uno de los escaparates mejor diseñados para la publicidad nada subliminal es Emily in Paris, que sirve de lanzadera para marcas de ropa de lujo, complementos y páginas web especializadas. Su visionado dispara las búsquedas de los productos que lucen sus personajes y la serie ocupa el segundo lugar entre los títulos que más merchandising propio despachan. La funda del móvil de su protagonista es la gran superventas de la televisión.