Ni un ultra en las gradas

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

Ana Beltran | REUTERS

06 oct 2024 . Actualizado a las 02:20 h.

Se nos está yendo otra vez de las manos. Es imposible secar el océano de la violencia. El ser humano es muy tozudo. Le encanta tropezar con las mismas piedras. Y, sobre todo, coger las piedras y lanzarlas. Ya está en la Biblia. El Antiguo Testamento está saturado de dolor, sangre y voracidad. El Apocalipsis está aquí, con esa gente que muchas veces únicamente usa su cabeza para rapársela, al tiempo que se tatúa símbolos nazis o de extrema izquierda, no el escudo de su equipo.

Parecía que habíamos mejorado como sociedad en el asunto de los ultras en el fútbol. Pero no. Por cada paso que damos hacia adelante, damos un ciento para atrás. Es así de crudo. Lo único que funciona con tipos que van al estadio encapuchados es prohibirles que entren. Sancionarlos con dinero, que les duele el bolsillo, y con la prohibición de que no vuelvan a entrar en un recinto deportivo. Fue patética la imagen de los jugadores del Atlético y de Simeone intentando hablar con ellos, con los violentos. No atienden a razones. Al entrenador del Atlético no le falta razón al señalar a los jugadores que provocan a la grada. Hizo bien en incluirse a sí mismo. Es uno de los técnicos que más jalean y gesticulan. En teoría para animar a su público, pero, a veces, la intención no es tan sana. Los jugadores del Athletic del Bilbao también intentaron explicarles a sus radicales que lanzaron bengalas contra el público de la Roma en competición europea. Da la sensación de que es una valentía ir a verlos. Pero no lo es. Es un error. Claro que pudieron matar a alguien con el lanzamiento de la bengala. Se lo afearon a la cara, aunque, en realidad, estaban doblegándose una vez más ante el poder a los ultras. Es así. Son las fuerzas de seguridad las que tienen que hablar en un calabozo con los que cruzan la línea roja. Primero, con los insultos. Después, con los golpes. El castigo legal o el castigo legal, no hay otra. Hoy tenemos medios para localizar a cualquiera que va a un estadio a sacudirse con gritos e insultos todas las miserias e inseguridades con las que conviven durante la semana. No defienden los colores de nada. Es una vergüenza intolerable. Simeone fue muy polémico con lo de que los jugadores, los técnicos, no deben provocar. En eso acierta. Pero el culpable real siempre es el violento. Aunque los jugadores que gesticulan al límite, que exageran, saben que están acercando una llama a un incendio. Courtois era plenamente consciente cuando se rio por el gol que encajó el Atlético. Claro que al portero ya le llevaban un rato cantándole «muérete». Esos son los que de verdad no deben volver a los estadios. No mejoramos como sociedad. Y en los grandes partidos hay cámaras y recursos para evitarlo. Pero vayan a un partido de niños y alucinarán con lo que allí pueden ver. No hace mucho le dieron en una categoría modesta una paliza a un árbitro que era un menor. Un chaval que cumplía su sueño de ser de mayor colegiado. No le quedarán ganas de aplicar justicia con un silbato. La justicia hay que aplicarla con todas las consecuencias contra este regreso de los ultras. Tal vez, esta lacra nunca nos dejó.