Un estudio ha analizado la distribución de la población en el planeta en función de la altitud en donde vive. Para ello, los científicos combinaron datos de población y elevación georreferenciados creando así estimaciones a escala mundial y, posteriormente, clasificaron los datos obtenidos en intervalos de 500 metros de altitud.
Obviamente, el estudio pasa por alto las poblaciones nómadas o los migrantes estacionales, trashumantes, etcétera, pero da una idea bastante precisa de dónde se asienta la población humana y del sentido de los posibles flujos migratorios que los cambios en el clima van a generar en el futuro.
De esta forma, obtuvieron que 500,3 millones de humanos viven por encima de los 1.500 metros de altitud: 81,6 millones a más de 2.500 metros, y 14,4 millones sobre 3.500 metros. El país que más habitantes tiene en altitudes comprendidas entre los 1.500 y los 2.500 metros es Etiopía, mientras que en China es donde más personas viven por encima de los 3.500 metros.
En España, casi 50.000 personas viven a más de 1.500 metros de altura. De ellas, 197 lo harían en altitudes comprendidas entre los 2.500 y los 3.000 metros, y 8 personas entre 3.000 y 3.500 metros. Si nos fijamos en los núcleos de población, los 87 habitantes de Valdelinares, en Teruel, se llevarían la palma en la península al descansar en torno a 1.690 metros, en la sierra de Gúdar.
En Galicia existen pueblos habitados que se sitúan también a una altura moderada, como el caso de O Cebreiro, a 1.302 metros, o Fonfría, ambos en Pedrafita do Cebreiro (Lugo); en Ourense están Lardeira, en Carballeda de Valdeorras, o Chaguazoso, en Vilariño de Conso, los dos en torno a esa misma altitud. Sin embargo, es Cepedelo el que sube a lo más alto del ránking gallego, ya que sus viviendas están a entre 1.330 y 1.350 metros.
Cepedelo es una de las parroquias de las montañas ourensanas de Viana do Bolo, a la que el censo atribuye 19 habitantes, de los que únicamente uno, dedicado a la ganadería, duerme en el pueblo. Ya lo ven, a pesar de que nuestras montañas más altas rondan los 2.000 metros de altura en Ancares y Pena Trevinca, solo un gallego vive por encima de los 1.300 metros y, para colmo, solo.
Todavía hoy, también en áreas ourensanas y lucenses, existen habitantes estacionales de las montañas. Ocurre, por ejemplo, con la trashumancia de los Ancares gallegos a los leoneses, aunque estos movimientos a mayor escala son más frecuentes entre la España seca y los pastos de verano de la Cordillera Cantábrica.
El nomadismo estacional es un fenómeno único en Europa que dura ya más de siete siglos y que ha tenido importantes repercusiones económicas, sociales, culturales e incluso ecológicas y medioambientales. Su vinculación a los pastos de montaña nos habla de la capacidad de sacrificio y adaptación de pastores y animales.
En uno de sus excelentes libros, Robert Macfarlane se pregunta cómo las montañas pasaron de ser barreras geográficas a despertar el interés de quienes se atreven a conquistarlas. Será la belleza de sus paisajes o el simple afán de superar el reto, pero, sea cual sea la razón, siempre han existido quienes se han enfrentado a las duras condiciones de vida en las grandes altitudes.