Cuando medran las noches de octubre, el vendaval saluda los otoños frecuentando vientos. Es el ventus validus del que tanto gustaba Cunqueiro cuando elaboraba un catálogo apócrifo de vientos. Es nuestro huracán doméstico, el ventarrón que fecunda las yeguas que paren los potros trotones, alazanes del color de la canela que cruzan en greas la plaza lacustre de la catedral mindoniense, en vísperas de las fiestas mas antiguas de occidente. Cumplen 868 años las ferias de As San Lucas.
Los vientos furiosos ya han llegado, se han convertido en pequeños ciclones, en vendavales crecientes que ahora cuando el tiempo se enreda en caprichosos y atrabiliarios cambios climáticos que siembran lluvias y estragan soles, tienen nombres propios. Kirk y Milton son los últimos en navegar el Atlántico antes de convertirse en agresivas borrascas. Haciendo estación de vientos en la Galicia más lluviosa que ve con más frecuencia que antaño cómo se desvanecen las nubes hasta convertirse en remolinos que vagan por las plazas y las desiertas rúas.
Y sucede cuando la feria caballar es fiesta y holganza y Mondoñedo es zoco y mercado, de hierba fresca y falabaratos vendedores de espejuelos para ver el mundo escrito en colores y en estampas miniadas. De pasajes sugeridos de un medievo cuando el siglo XXI crece en los almanaques y ya no cantan los ciegos violinistas, los crímenes más espantosos jamás escuchados.
San Lucas patrocina el silencio que acampa en los Remedios dejando que se oigan los relinchos, y los mugidos de la feria de ganado, desterrando por un par de días el sonido callado de todos los silencios.
La ciudad huele a pantrigo y a tahona, aromatizados en latines que viven en el viejo seminario; huele a Vivaldi interpretado por Pacheco, huele a las mil primaveras que nos dejó Álvaro Cunqueiro.
Y el viento silba melodías que ocultan un mensaje antiguo, acaso un salmo descifrado, un cantar de amigo que saluda al visitante. Y aquel silencio que dejamos líneas arriba se convierte en verbena y la noche baila en Mondoñedo porque es San Lucas. La catedral arrodillada en la parte baja del pueblo preside la ciudad y fantaseo imaginando un foso navegable que circunda la seo episcopal.
Después los silencios que custodia la ciudad del obispo Guevara se convertirán en soledades y Mondoñedo volverá a acoger todos los remolinos traviesos que voltean el aire habitado, custodiando la melancolía que se empadrona en Mondoñedo hasta la nueva primavera cuando ya no florezcan los vendavales.