La vida es una sucesión de luchas por lo imposible. Y hay gente que consigue ganarlas. Como Sísifo, nos vemos empujando la roca montaña arriba. Solo de vez en cuando se llega a la cumbre y se puede lanzar la piedra a rodar por la otra ladera. Hay victorias, no obstante, que son fugaces. Solo te alegran un tiempo, luego hay que volver al mismo campo de batalla y batirse el cobre contra los fantasmas de la realidad. Como nada es definitivo, salvo la muerte, que siempre acaba sorprendiendo, por muy esperada que sea, no debe uno venirse abajo ni dejar de mantener la mirada en la cima. Siempre hay un amanecer y un ocaso, hagamos lo que hagamos, pongamos como nos pongamos. Escucho o leo en alguna parte, ya no me acuerdo, que el Sol toca el mar en el horizonte. Es como intentar coger la justicia con las manos y pretender abrazarla para quedártela para siempre, pero es imposible. Hay que creer en ella aunque sea inalcanzable. Tiene tantas caras que nunca las va a mostrar todas. No es como una operación matemática, que siempre te da exacta. Veo escrito en alguna parte que hay tantas señales en el camino que te distraen y no te dejan ver el destino, pero lo importante es no desfallecer aunque tengas que andar y desandar muchas veces la misma senda. El psicólogo Aquilino Pousa nos espeta en un curso sobre inteligencia emocional: «Sé un buen antepasado, planta árboles que no verás crecer». Y te convence, aunque al llegar a la mesa de trabajo te encuentres con la algoritmocracia y se echen a perder los pensamientos. Aunque el mono azul te obliga a estar y no a sentir, me siguen conmoviendo historias como la de Malala Yousafzai. A ver cuándo arreglan el mundo para esta gente.