Hay numerosos ejemplos históricos de resistencia más allá de lo humanamente soportable frente a los ataques del enemigo. En nuestro acervo cultural, la expresión «resistencia numantina» hace referencia a los larguísimos quince meses que la ciudad celtíbera de Numancia, en la actual provincia de Soria, aguantó el asedio de las tropas romanas, allá por el 133 a. C. Los 2.500 numantinos resistieron a los 60.000 efectivos romanos hasta que el hambre, la sed y la enfermedad les hizo tomar una decisión drástica, suicidarse antes que rendirse. Más reciente fue el asedio de 900 días de la actual San Petersburgo durante la Segunda Guerra Mundial. Salvando la distancia temporal, histórica y cultural, pudiera parecer que la resistencia actual de los palestinos a los bombardeos constantes por parte de Israel y el cerco que los mantiene atrapados en la ratonera de Gaza es un caso semejante.
De momento, parece que el objetivo del Gobierno de Netanyahu es acabar no solo con la cúpula de Hamás en Gaza y Hezbolá en el Líbano, sino con todos sus efectivos; no dejar ni rastro de las dos organizaciones terroristas que amenazan la supervivencia del Estado de Israel. El problema es que su campaña se está llevando por delante la vida de decenas de miles de civiles inocentes que esas dos organizaciones utilizan como escudos humanos. Y Netanyahu no parece que vaya a detenerse ahí.
Son muchos los interrogantes que rodean este conflicto irresoluto y, de momento, irresoluble, pero quizá uno de los más inquietantes es saber por qué ni Hamás ni Hezbolá se han rendido todavía y llegan a un acuerdo pese a la masacre que está viviendo su gente. La respuesta radica, quizá, en la cultura del martirologio que rodea a la religión musulmana y la fe absoluta en que su causa es la más justa de todas y dar la vida por ella es el más alto de los honores. Una estrategia que desde 1948 les ha servido para mantener abierto el conflicto con Israel y la atención sobre el mismo. Pero cabe preguntarse si no va siendo hora de aceptar la solución de los dos Estados y vivir para ver otro día; no en un campamento de refugiados, donde cada ladrillo rezuma odio y deseo de venganza, sino en su propio país, antes de que desaparezca para siempre. La alternativa es que ante la destrucción y despoblación ocasionadas, los colonos israelíes que salieron del norte de Gaza en el 2005 regresen y sigan fagocitando lo poco que queda de Palestina.