Las gafas del difunto

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

PEPA LOSADA

28 oct 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

El camposanto de mi pueblo tiene un nombre no sé si premonitorio o profético, está en lo alto y desde ese huerto de cruces se ve la mar. Se llama Altamira. Según entras, hay un pequeño estante acristalado con objetos perdidos y una suerte de tablón de anuncios que da cuenta de mensajes que envejecen en la vitrina.

En varias ocasiones cuando he visitado el cementerio de Viveiro, me detuve a contemplar el paisaje de la ría enmarcado desde la puerta principal como si de una postal marinera se tratase, y a mi derecha estaban expuestos los objetos perdidos. A saber, dos pares de gafas y un par de llaveros con sus manojos de llaves que no abrían puerta alguna como no fueran las que llevaban los difuntos para franquear la estrecha entrada del mas allá.

Lo más sorprendente eran las gafas. Ambas eran diferentes, una tenía la montura de pasta, oscura con gruesos lentes, como de un miope de mediana edad. Eran gafas aparentemente baratas, de clase media que podían haber pertenecido a un contable, a un oficinista administrativo. Tal vez a un músico. El otro par era más sofisticado, montado al aire en una moderna armadura metálica, parecían muy ligeras. Pensaba yo que habían sido de un abogado, o quizás de un médico. Aquellos lentes tenían un pasado de présbita, de vista cansada.

Sin lugar a dudas eran, parafraseando a Valle Inclán, las gafas del difunto, exhumadas de su esperpento Las galas del difunto en que el protagonista Juanito Ventolera ultraja la tumba de don Sócrates para robarle su terno funerario y sus pertenencias. Quién sabe si también le robó sus ya inservibles lentes que nada podían ver en el ultramundo.

Estos días mi cementerio marino, el de mi pueblo, es ya un jardín florecido. Huele a flores mortuorias con su aroma de crisantemos y pensamientos malva porque es la fiesta anual de los muertos en la jornada que los fieles difuntos son recordados y brotan ramos de flores en las tumbas y en los nichos, en los panteones que siembran el cementerio. Es una vez al año que coincide cuando se inaugura noviembre y se acortan los días con el cambio horario que anuncia los primeros fríos del otoño.

Mi recuerdo en esta ocasión es para todas las ausencias que tienen presencia en las sepulturas, para los muertos anónimos, para los que se desvanecieron en una última oración antigua. Pretende ser un abrazo trenzado con la brisa de un viento joven, un rezo hilvanado con palabras que franquea sin llaves la puerta de la memoria y la mira fijamente con las gafas, perdidas, del difunto.