Una Galicia más industrial y menos vulnerable
OPINIÓN
Nací en Ferrol a finales de los años 70 y mis primeras referencias de la industria sonaban a conflicto y a confrontación social. A pérdida. La industria naval y sus astilleros, que fueron origen, orgullo, y razón de ser de la ciudad en el siglo XVIII, comenzaban un largo declive que aún llega hasta nuestros días. Un sector que lideraba en el contexto internacional en cuanto a capacidad productiva y tecnológica se ha acabado perdiendo en eternas reconversiones industriales que derivaron en un proceso de desindustrialización. Un proceso que ha provocado pérdida de población, un incremento de los niveles de desempleo y pobreza, y ha elevado exponencialmente la vulnerabilidad de los que han decidido resistir en la ciudad. No tiene ya sentido buscar los motivos y los culpables de esa pérdida de capital industrial, pero sí merece la pena sacar conclusiones que nos ayuden a gestionar otros procesos de reindustrialización o de transición que tenemos entre manos.
Las revoluciones industriales o procesos de reindustrialización son fases cruciales donde se reparten de nuevo las cartas de la baraja del orden mundial, y donde finalmente acaba habiendo vencedores y vencidos. La batalla por tener un papel relevante en el futuro de multitud de sectores industriales se está jugando ahora. Nuestro futuro modelo social y de convivencia va a depender de esos juegos de poder que están sucediendo ahora mismo.
He de reconocer que la cosa no pinta bien para los europeos en general. En primer lugar, porque el liderazgo futuro no será cuestión de empresas individuales, sino de cadenas de valor y de aquellos bloques geopolíticos que sean capaces de generar el contexto adecuado para su desarrollo. Se necesitan liderazgos empresariales y liderazgos políticos perfectamente alineados para poder competir. Y aquí jugamos en desventaja en comparación con EE.UU. o China, que abrazan políticas industriales sólidas, tienen un mercado interior amplio, y una unidad de acción política mucho más ágil y enérgica.
Europa se ha dedicado a generar un entramado de obstáculos administrativos y regulatorios que hace que sus instrumentos financieros sean totalmente ineficaces. La sensación es que tras esos complejos mecanismos de funcionamiento de la UE se esconde la falta del liderazgo político necesario para preparar una candidatura de una Europa industrial fuerte y relevante en el contexto global. La clase política actual parece jugar al empate, a nadar y guardar la ropa, al penalti fuerte y al medio. A no cometer fallos hasta las próximas elecciones. Y esa no es una actitud de liderazgo. Solo pueden liderar los que arriesgan, los que juegan a ganar, los que defienden un proyecto industrial político claro, transparente y decidido, aunque les acabe costando el puesto.
Mientras nosotros nos eternizamos en consensos imposibles entre 27 estados miembros, tenemos a China, que en pocos años ha pasado de ser la fábrica del mundo a bajo coste a una potencia mundial con la vista puesta en el desarrollo tecnológico para construir una industria de alto valor añadido, mientras aumenta su autonomía estratégica. Y lo ha hecho, entre otras cosas, a costa de nuestra inacción y buenismo.
Europa ha tardado mucho en darse cuenta de que otros bloques geopolíticos se habían subido al barco de la globalización exclusivamente para su propio beneficio, pero sin seguir las mismas reglas que rigen un comercio no discriminatorio y justo. Infinidad de industrias han cerrado en Europa en los últimos años arrinconadas por unas importaciones de productos comercializados por debajo de su precio de coste debido a las ayudas de sus Estados, que aquí nos negamos a nosotros mismos. Salimos a una pelea de boxeo con las dos manos atadas a la espalda. La Unión Europea ha elevado la vigilancia y los controles a esas prácticas de comercio injustas, pero para muchos ya es demasiado tarde. Ya se ha perdido mucho, y esa vigilancia es, en cualquier caso, una estrategia defensiva y no de liderazgo.
También las propias empresas europeas tenemos que hacer autocrítica. Muchos sectores y compañías que se quejan amargamente de la falta de protección ante las importaciones extranjeras luego tienen en su cartera de suministradores a otras empresas de esos otros bloques geopolíticos que ejercen las mismas prácticas de comercio injusto. A los europeos, la unión monetaria no nos ha traído la unidad de acción y el sentimiento como región que otros, como China y EE.UU., defienden a toda costa. Todo esto es consecuencia de las urgencias que genera el cortoplacismo, el cada uno a lo suyo, y la falta de políticas de largo plazo, tan necesarias para construir futuro.
Los políticos, los que lideramos empresas y la sociedad en general debemos ser conscientes de que lo que nos jugamos no es la supervivencia, la sostenibilidad o los beneficios de una empresa particular; nos estamos jugando la supervivencia del modelo social europeo, basado en la preservación de la paz, la justicia social, la igualdad, la solidaridad, el fomento de la libertad y la democracia y el respeto de los derechos humanos. Cada industria que cierra o que decide marcharse a otro lugar es una puñalada a nuestro modelo de convivencia. La industria atrae talento y genera riqueza, polos de conocimiento, ecosistemas empresariales a su alrededor, oportunidades y valor añadido. Genera sociedades justas y solidarias.
Ahora bien, esa industria de valor añadido debe ser una industria responsable, comprometida con los trabajadores, el medio ambiente y con las sociedades en las que generan su actividad. No necesitamos industrias de bajo coste, que busquen la rentabilidad a costa de las condiciones laborales, de maltratar el medio ambiente, de esquilmar recursos naturales o de escatimar inversiones en seguridad e innovación. Esa industria no genera valor añadido y no genera riqueza.
Es ahora responsabilidad de la acción política poner en marcha mecanismos que generen oportunidades para los creadores de riqueza social y trabas para los que solo buscan su propio beneficio.
En Galicia estamos ante una oportunidad histórica. El modelo industrial al que nos movemos es un modelo que combina la sostenibilidad económica con gobernanza responsable y comprometido con el medio ambiente y el modelo social en el que vivimos. El acceso a energías limpias, nuestra posición geográfica y el talento que tanto necesitan esas industrias de valor añadido colocan a Galicia en la pole position de muchos planes industriales de futuro. Los gallegos nos merecemos una acción política que haga cristalizar esas oportunidades en beneficio de nuestro modelo social y evitar que nuestro patrimonio sea esquilmado en beneficio de unos pocos. Y que lo haga de una manera ágil, ya que en el mundo empresarial muchas veces no vence el más preparado, sino el más rápido. Las oportunidades perdidas hoy no regresarán mañana. Se irán y asentarán en otros sitios donde encuentren una mejor acogida.
Espero ver en los próximos años una Galicia más industrial, más digital, más innovadora, más poblada, y menos vulnerable, lo cual será un indicador de que el ecosistema industrial ha generado valor social, y de que la gente lo reconoce asentándose aquí o simplemente no marchándose a otros sitios en busca de oportunidades. Y todo eso tenemos que hacerlo con el sentidiño en el que cristaliza nuestro talento.