En defensa de los Conguitos

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

02 nov 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Aquel gordo amable que estaba en los andenes de muchas carreteras vestido de blanco circular, con los neumáticos, con las ruedas superpuestas que componían su aspecto humano, se llamaba Bibendum y era, es, el símbolo de la empresa Michelin. Su nombre procede de «nunc est bibendum», lo que traducido sería «ahora es el momento de beber». Pues bien, en los años noventa el simpático personaje tuvo que adelgazar, estilizarse, por presiones de los políticamente correctos que sufrieron un ataque de gordofobia. Y así sigue, notablemente mas delgado, con sus virtuales kilos de menos.

Recientemente, en el bar del Parlamento de Cataluña han retirado los deliciosos cacahuetes recubiertos de chocolate negro o blanco, los Conguitos, por «fomentar el colonialismo» y por su «connotación racista». Es la enésima andanada que sufren nuestros Conguitos por quienes son más papistas que el papa. El rico producto nació para celebrar la independencia del Congo. Fue un turronero de Zaragoza su fundador y más tarde Lacasa, empresa también aragonesa, los integró en su oferta dulcera junto con los Lacasitos, que son una suerte de Conguitos de colores.

Previamente a que arreciara esta incomprensible persecución de los entrañables Conguitos, la empresa fabricante había eliminado la lanza ritual del muñeco estampado en los sobres, en los envases, y suavizado los rasgos de los labios, las bembas que molestaban a sus detractores.

Lo cierto es que diariamente salen de la fábrica aragonesa 20.000 kilos de Conguitos hacia los diferentes mercados a lo largo del planeta. «Somos los Conguitos y estamos requetebién» era el estribillo de la canción, del jingle promocional que difundía la golosina. Mi generación ya debe escribir que fuimos los Conguitos.

El revisionismo mezquino y falsamente progresista provocó que en el 2020 ColaCao modificara su popular sintonía publicitaria eliminando el comienzo que decía: «Yo soy aquel negrito…». Y así se va escribiendo la historia, mientras recuerdo cuando ejercía de postulante para el día del Domund, solicitando una limosna que introducía en una hucha de cerámica vidriada con la efigie de un chino o la de un negro. Aquellas cabezas misionales, por macabras —a mí no me lo parecían—, eran estéticamente agradables en su propuesta kitsch. Hoy sería imposible su utilización.

Yo crecí con los Conguitos como mis hijos han crecido con los Toblerone. Forman parte de mi cultura sentimental y estoy dispuesto a defender su memoria y apostar por su supervivencia, porque esta claro que fuimos, y somos, los Conguitos.