Máscaras

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i Balsebre EL TONEL DE DIÓGENES

OPINIÓN

Mariscal | EFE

03 nov 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

«No olvides que es comedia nuestra vida, y teatro de farsa el mundo todo, que muda por instantes y que todos, en él somos farsantes» (Quevedo).

La etimología de la palabra personalidad quiere decir máscara. El títere con el que nos presentamos ante el mundo nada tiene que ver con la mano que lo sujeta y la mayoría de las veces nada sabemos acerca de esa mano. No somos nadie —sentencia el dicho— ni nadie es lo que dice ser.

Esta verdad, exacerbada con el advenimiento de las redes sociales, donde la permanente exposición pública hace que las máscaras se sobrepongan una sobre otra en un montón de farsas vacías, señala lo enfermizo de la sociedad tecnológica.

El político más eficaz será el que parezca más persuadido de lo que ofrece al público, aunque al que sostiene la máscara le resulte irrelevante. Su capacidad de convencer dependerá del grado de veracidad con que el actor represente esas convicciones que le son ajenas. El actor que se cree el papel es, en política, un fanático, y el que no cree en los principios que invoca, un hipócrita.

El caso del personaje Errejón ejemplifica perfectamente este vaivén entre lo fanático y lo hipócrita de su devenir político. Nada tiene de extraordinario una conducta como la de apóstol del feminismo en lo tocante a la escisión psíquica entre el ser y el deber ser, entre la máscara y lo que oculta. Todos padecemos de ella en mayor o menor medida, la diferencia, el escándalo, consiste en que en el caso de Errejón tanto su máscara pública como su personaje íntimo estaban hipertrofiados por los efectos especiales de los tóxicos y el poder.

Nada de lo que escribe en su carta es exculpatorio, no existe esa subjetividad tóxica determinada por el heteropatriarcado, ni una forma de vida neoliberal se contradice con sus ideas políticas. Se puede ser de izquierdas en un contexto liberal y viceversa, sin que ello provoque alteraciones de conducta.

La ayuda psicológica que dice estar recibiendo debería servirle para reconocer la responsabilidad de sus actos y no exculparse recurriendo a la «enfermedad» producida por su contexto de vida.

La diferencia entre un síntoma y una conducta estriba en que el síntoma, por definición, es involuntario; la conducta, por muy bizarra o disruptiva que esta sea, siempre tiene un componente voluntario que permite decidir.

La pulsión sexual en el ser humano es estructural. Es la civilización la encargada de ponerle límites y no las leyes ni los cursiños de deconstrucción del macho.

Cuándo se darán cuenta los políticos empeñados en crear un hombre nuevo que este, no es versátil ni mudable, que somos y seremos lo que fuimos. Algo que nunca acaba de hacerse bien.