Nuestra Pompeya de barro

Mariluz Ferreiro A MI BOLA

OPINIÓN

Rober Solsona | EUROPAPRESS

03 nov 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Gran parte del agua que ha arrasado Valencia ha acabado en la Albufera. El infierno ha desembocado en este paraíso frágil y amenazado. En la superficie de laguna y en la playa de El Saler están apareciendo parachoques, ruedas, tuberías, árboles enteros. Y abajo... «No sabemos lo que habrá ahí abajo», dicen. Son restos de nuestra Pompeya de barro. Valencia.

Ha regresado esa sensación de zozobra. Ese suelo firme que desaparece bajo nuestros pies. Ese abismo insospechado. Ese horizonte que se raja y se desploma. Esa bofetada de realidad con guante de irrealidad. Esa normalidad que antes despreciábamos y ahora nos parece extraordinaria. Como en la pandemia. Es imposible ponerse en los zapatos de los valencianos. Es obligatorio intentarlo todos los días. Durante un buen tiempo. Valencia debe ser el epicentro de España. Y no solo el epicentro del dolor. Los impuestos tienen que ser para esto. El Estado y el Gobierno valenciano están para esto. La sociedad es esto. Intentar llegar hasta donde alcance. Lo antes posible. Para quedarse el tiempo que sea preciso.

Habrá un momento en el que en el lugar de la tragedia solo quedarán las ausencias, la estela de todo lo perdido. Amanecerá un día en el que se secarán los ríos de voluntarios, en el que dejarán de llegar los afluentes de comida y agua, en el que cesará el goteo de presentadoras de televisión. Este mundo nuestro digiere en tiempo récord las peores tragedias para saltar a la siguiente casilla del tablero. Pero las víctimas seguirán necesitando apoyo. Fondos. Respuestas. Mejores protocolos. Y seguir en nuestra memoria. El olvido es otra muerte.