Como si de un macabro aviso se tratase, el editorial de hace tres semanas de la prestigiosa revista científica Nature alertaba de lo mal que estamos luchando contra el cambio climático. Recordaba lo que debería ser evidente para todos los habitantes del planeta: si no se lucha mejor contra el calentamiento global, habrá más tormentas y más duras, habrá más olas de calor y de más intensidad y se destruirán ecosistemas. En esta fase los cambios no son cualitativos, sino cuantitativos: los fenómenos meteorológicos extremos serán más graves y ocurrirán más a menudo. La tragedia vivida en el Levante español será un dato más en esa triste estadística.
Pero lo peor —sigue alertando el editorial— será el cambio climático cualitativo que padeceremos de superar el punto de no retorno: como si nuestro clima fuese una pelota que estuviésemos subiendo a la cima de una montaña. Si no paramos, la llevaremos a su cima y a partir de ahí ya rodará ella sola cuesta abajo, hasta detenerse en un nuevo estado cualitativamente diferente, con daños irreversibles. Los más conocidos serán el colapso total de la capa de hielo de Groenlandia (el nivel del mar subirá 7 metros) o la muerte regresiva de la selva amazónica, con todo lo que esto conllevará para la desestabilización del actual clima global. En esa fase sí entraremos en pánico, pero ya será tarde, porque aún cortando todas las emisiones de gases de efecto invernadero, e incluso inventando métodos revolucionarios que los retiren de la atmósfera, la Tierra no volverá a su estado anterior hasta pasado un largo período de tiempo.