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Llamé a mi amigo y colega Xavier, que vive en Valencia, para mostrarle mi proximidad y solidaridad en estos momentos tan trágicos. Me contó que estaba yendo, por iniciativa de su hijo adolescente, a colaborar en el trabajo de limpieza del único barrio de Valencia afectado por las riadas.
La ciudad de Valencia, como sabemos, apenas ha sido afectada por la dana, al contrario que los pueblos más al sur. Mi amigo me decía: «Lo único raro en Valencia es el silencio». Este silencio es la consecuencia del absoluto sinsentido en el que quedamos sumidos cuando los acontecimientos inimaginables se hacen realidad. Todavía hay mucha gente desaparecida. Estas personas responden mayoritariamente al perfil de personas mayores que vivían solas en casas en el campo. La contabilidad de la muerte, desgraciadamente, aumentará. Pero, en cierta medida, si la contabilidad de la muerte es anónima, nos defiende del horror. Frente a esa contabilidad, de alguna manera, todos somos supervivientes.
Es diferente cuando la tragedia aparece encarnada en casos concretos. Como en el caso, especialmente dramático, de la mujer y su bebé de 3 meses que fallecieron arrastradas por el agua tras subir, ayudados por el marido y padre de la niña, al techo de su coche justo antes de que este hombre fuese arrastrado por la tromba de agua a la que afortunadamente logró sobrevivir. Cuando fue rescatado, expresaba: «Lo último que vi fue cómo pedían auxilio desde el coche», mientras intentaba ir a por su mujer y el bebé nadando.
El cruce de estas dos pérdidas: la mujer viendo cómo la tromba de agua arrastraba al marido, y la del marido viendo cómo el coche se alejaba mientras su mujer pedía auxilio, es la expresión de la vivencia más angustiosa que se puede experimentar cuando aquello imposible de imaginar pasa (lo que es una posible definición de un acontecimiento traumático). Hay escenas indelebles que tienden a revivirse de modo angustioso en un intento imposible de la mente por reescribirlas. No se puede aspirar a que algo así no deje una huella imborrable. En el mejor de los casos, y con ayuda si es necesario, la herida dejará de sangrar aunque siempre quedará la cicatriz.
En el lugar del trauma no hay palabras. Por eso Valencia está en silencio. Pero si algo ayuda en esas circunstancias es pasar de la pasividad, frente a lo que golpea, a la actividad. Por eso la marea de solidaridad ciudadana que se está generando en Valencia, además de la ayuda material que supone a los damnificados, es la mejor terapia colectiva.