«He vivido la promesa de los Estados Unidos», repitió hasta tres veces Kamala Harris el pasado 29 de octubre en el Elipse de Washington, donde Donald Trump había desatado la jauría humana que saqueó el Capitolio el día de Reyes del 2021. Su intención era aniquilar el orden legal que había jurado defender, revirtiendo la derrota electoral ante Joe Biden. Sus denuncias por fraude fueron rechazadas en más de sesenta sentencias y la comisión de la Cámara de Representantes determinó por unanimidad su responsabilidad en la insurrección.
Trump es el único presidente del país que no ha reconocido su derrota desde 1796 y el primer delincuente convicto que aspira a ser presidente. Este canon de lobo de Wall Street declaró el pasado 27 de octubre en el Madison Square Garden: «Necesitamos que el sueño americano vuelva a casa». Entonces, ¿coinciden el sueño de Trump y la promesa de Harris? Para responder es necesario conocer a la candidata demócrata desde hace ¿dos meses? Es hija de unos inmigrantes que vivieron el sueño americano de libertad y progreso en los sesenta. Su padre, jamaicano, fue el primer profesor negro de Economía en la Universidad de Stanford. Su madre, india, una científica en la Universidad de Berkeley. Ambos, activistas en el Movimiento por los Derechos Civiles. Fiscal de distrito en San Francisco, fiscal general de California, senadora y primera vicepresidenta del país, Harris, como mujer negra de variados orígenes, es un unicornio en la política estadounidense. Según su equipo, ve el mundo bifurcado entre cumplidores e incumplidores de las reglas y no la consideran una adicta al poder como Biden. En su campaña obvió el carácter histórico de su candidatura evitando que los republicanos la justificasen así por cuota de género y representación de minorías.
Al martes 5 de noviembre llega con un punto porcentual sobre Trump, aunque desde septiembre perdió cuatro. El objetivo es alcanzar 270 compromisarios de los 538 que integran el colegio electoral. Votarán 240 millones de personas, siendo la cuarta parte decisiva. ¿Por qué? Porque, de los 50 estados del país, 43 votan por el mismo partido en cada elección. Cuando un partido gana en un estado, aunque sea por un voto, obtiene todos los compromisarios asignados en proporción a su población. En los siete restantes, Arizona, Carolina del Norte, Georgia, Míchigan, Nevada, Pensilvania y Wisconsin el voto oscila entre ambos partidos. Son los estados bisagra o púrpura, mezcla del azul demócrata y el rojo republicano. Ahí viven el 25 % de los votantes que elegirán al 17 % de los compromisarios.
Respondiendo a la pregunta anterior, Harris y Trump evocan la idea emocional que ha inspirado al país desde su nacimiento y representa la esperanza de una vida mejor para millones de seres humanos. Igual que el protagonista de El gran Gatsby cuando observa extasiado la luz verde al otro lado de la bahía de Long Island, ambos son conscientes de que el sueño americano hace tiempo que se ha desvanecido.