La fallida respuesta a la inflación y una falta de conexión con las clases medias han llevado a los demócratas a una de sus peores derrotas en décadas
06 nov 2024 . Actualizado a las 15:36 h.El pasado 8 de octubre, Kamala Harris acudió al programa The View, del canal ABC News, el magacín matinal más longevo de Estados Unidos. Durante la entrevista, una de las tertulianas le planteó una pregunta que pareció previamente acordada: «Si pudiera elegir una cosa, ¿qué habría hecho diferente a Biden?». Cualquier asesor político avezado habría podido anticipar lo que vendría a continuación. Parecía el momento idóneo para que Harris se distanciara de Biden y comenzara a contrarrestar la campaña de Trump. Su respuesta resultó desconcertante: «No se me viene nada a la cabeza». Según analizó anoche David Axelrod, asesor principal de Obama, esta fue la oportunidad más clara que tuvo Harris. En cambio, su inoperancia contribuyó a una de las mayores derrotas demócratas en décadas.
La campaña electoral de Donald Trump se cimentó en dos ejes principales: la inmigración y la inflación. En cuanto al primer aspecto, su retórica mantuvo la línea habitual. El discurso xenófobo y agresivo de Trump reproduce el mismo patrón que le llevó al poder en 2016. Ocho años después, volvió a emplear una estrategia de desinformación similar, utilizando machaconamente testimonios de familias que perdieron seres queridos en crímenes perpetrados por inmigrantes supuestamente excarcelados durante el Gobierno de Biden.
El elemento distintivo de esta campaña ha sido la habilidad de Trump para responsabilizar a la administración Biden-Harris del asfixiante incremento de precios, vinculándolo directamente con su gestión en política exterior. Su narrativa ha presentado al Gobierno saliente como el responsable de un escenario internacional conflictivo -particularmente en Ucrania y Gaza- como causa directa del deterioro económico que experimentan las familias de clase media estadounidenses.
Y los resultados logrados por Trump con esta apuesta han superado todas las expectativas, reduciendo márgenes en estados tradicionalmente demócratas y aumentando el apoyo en áreas republicanas donde parecía imposible que siguiera creciendo. Los datos evidencian un descontento social con la administración Biden-Harris que contrasta notablemente con el optimismo de los analistas macroeconómicos. Mientras las instituciones financieras y los gobiernos se centran en indicadores agregados, los votantes evalúan su bienestar en términos más concretos: su poder adquisitivo, el coste del combustible o su capacidad para pagar el alquiler. Trump ha transformado ese malestar económico en combustible electoral.
El nuevo presidente no solo ha logrado imponer la agenda de campaña, sino también su estilo bronco de hacer política. Trump ha triunfado promoviendo la venganza, el rencor, la desinformación, el odio, el insulto y la confrontación. En cambio, la coalición que Kamala pretendía construir contra el trumpismo no ha logrado consolidarse. La movilización que debería haber impulsado su candidatura parece, por el contrario, haber dinamizado al adversario: los hombres blancos, pero también latinos y afroamericanos, han reaccionado contra una esperada ola de voto feminista; los trabajadores del cinturón industrial, preocupados por la inflación y la protección de la industria nacional, y la América rural y evangélica, espoleada por la prohibición del aborto. En un panorama dominado por el ruido mediático, la desinformación y el odio, el factor decisivo en las elecciones ha sido algo tan prosaico como el insoportable precio del carrito de la compra.
Ahora ya no va a haber quien tosa a Trump y su victoria es toda una cura de humildad para el partido demócrata.