Decía el profesor Vidal Romaní que esa tierra tan llena de sol y próspera desvió el agua —que le falta— para sus regadíos. Allí aparecieron valiosas extensiones de terreno en las que se construyó masivamente. Todos sabían que todo estaba mal planificado, mal ordenado y mal gestionado. Todos sabían que la catástrofe podía producirse en el momento en que el agua torrencial apareciese. Todos lo sabían y durante muchísimos años nadie hizo nada. La consecuencia: más de doscientos muertos y sin datos exactos de desaparecidos. Toda una locura por negligencia de los que a tuvieron la obligación de ordenar el territorio y corregir errores urbanísticos. ¿Y ahora qué? Ahora nada. Llorar y gritar, y como mucho comprobar cómo los precios de las viviendas bajarán de valor en esos pueblos —obreros— de Levante. Pagan los de siempre.